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En mi columna del 6 de octubre de 2025 titulada «¿Para qué vamos a la escuela?», describía yo cómo la escuela pública norteamericana emergía con una función eminentemente política; esto es, Horace Mann, el padre de la educación pública norteamericana, la diseñó para formar ciudadanos, personas que fueran capaces de vivir en democracia. Esa misma dirección le dieron los filósofos educativos del siglo XX: Dewey y Freire, ambos vieron en la escuela la arena del aprendizaje político.

Para vivir en democracia hay que entenderla, conocer su historia, sus fortalezas y sus debilidades y saber que la democracia se basa, se construye en cimientos educativos.

Si bien la escuela ha tenido y tiene diferentes objetivos —tales como su objetivo económico: producir en los estudiantes capacidad de creación de bienes y servicios—, cuando una escuela, instituto o sistema escolar se enfoca solamente en su objetivo económico de producir gente para el trabajo forma tecnócratas. Este es el caso del Intecap, el instituto guatemalteco para la productividad que inventaron los del CACIF y sus aliados. Este es el caso de algunas escuelas técnicas que, desvalorizando la función humanística de la escuela, forman, miopemente, solamente para el trabajo.

Por otro lado, hay escuelas que se enfocan exclusivamente en los aspectos académicos. Estos centros «académicos» enseñan a leer y escribir, enseñan matemática, idiomas, se enfocan en el capital cultural de sus alumnos. Se aseguran de proveer a sus alumnos un mundo sin ideologías, sin controversias ni económicas ni políticas. Tienen un objetivo claramente de reproducción cultural. Ciertamente, se enfocan en la literatura griega y su filosofía, entienden de ciencia moderna, limpia, pulcra, sin intersecciones con la política. Estos centros asépticos de enseñanza de lo que para ellos es la «verdadera» cultura no nos dan ciudadanos: nos dan académicos alienados.

Así que las escuelas al menos tienen tres objetivos: el político de formar ciudadanos, el económico de producir trabajadores y el cultural cuyo enfoque es académico. Desde el punto de vista del objetivo político la escuela es un bien público porque se reconoce que la construcción de la democracia es un bien público. Desde la perspectiva económica la escuela construye un capital económico individual toda vez que la capacidad de trabajar la vende el estudiante, futuro trabajador, a cambio de alguna remuneración. Una escuela moderna debe balancear estos tres objetivos porque los tres son importantes para tener una sociedad equilibrada.

Las escuelas del siglo XXI se enfocan principalmente en sus objetivos económicos y culturales como producto de sistemas económicos capitalistas neoliberales. Las escuelas están olvidando, o ya olvidaron, su función política. En el mundo, pero principalmente en Guatemala, aún tenemos el reto de que la escuela enseñe democracia y a vivir en democracia.

Hace falta entonces un currículo que nos dirija hacia el aprendizaje explícito de vivir en democracia de tal manera que se pueda construir de manera acertada ciudadanía deliberativa, participativa y crítica. Ese es el camino.

Ya hemos tenido ejemplos exitosos de escuelas que sí construyen democracia: las escuelas tipo federación del presidente Juan José Arévalo. Esas bellas escuelas de 1944 son una muestra de la alta calidad humanística del entonces gobierno revolucionario.

¿Podremos repetir y mejorar esa importante historia escolar? Creo que sí. Empecemos con:

Crear desde 2026 una asignatura obligatoria de Educación Cívica Deliberativa (debates reales, análisis de noticias, simulacros de cabildos abiertos).

Reformar radicalmente la formación docente: que incluya filosofía política y pedagogía crítica, y que volvamos a contar con verdaderas escuelas normales o, en su defecto, mejoremos drásticamente la calidad de las universidades formadoras de maestros.

Recuperar los consejos escolares vinculantes con participación paritaria de estudiantes, padres y maestros, como en las escuelas tipo federación, pero actualizados al siglo XXI.

Hagámoslo, porque si no lo hacemos ahora, no lo haremos nunca.

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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