Antes del siglo XVIII no existió lo que hoy se conoce como “el libre pensador”. Es este siglo el que con la crítica y su pontificado rompe atenazadoras cadenas del hombre (en este sentido es más libre la Ilustración –el neoclásico– que el período romántico) en el campo de lo religioso, lo dogmático y lo concerniente al concepto y postulado “de misterio”, de la Iglesia.
Siempre se dice (entre sus propagandistas, sobre todo) que el romanticismo es el movimiento, por excelencia, que propugna la libertad. Y ello es cierto pero sobre todo referido a los que proclamaron “el art pour l’art” que impugna la servidumbre del arte a una idea política o religiosa como fue por tantos siglos.
Sin embargo, también el siglo de la Ilustración o neoclásico (el siglo XVIII) ofrece libertad. Y una libertad quizá más cimbreante que la del romanticismo y sus impugnaciones en torno a la no dependencia del arte de otros quehaceres principalmente la política y la fe.
La libertad que el neoclásico infunde y profesa es una de las que hasta entonces el hombre no había gozado: la de pensar y expresar (también con absoluta libertad en lo posible) el discurrir de la mente. Es por ello que durante el siglo XVIII nacen –vigorosos ya– los periódicos y el periodismo. Y con ello una de los grandes “derechos humanos” (o derechos del hombre como los llamó la Revolución Francesa) que consiste justamente en la posibilidad de ser “libre pensador”, un paso más allá que el de la libre emisión del pensamiento.
El siglo XVIII va más allá también del postulado que establece la “libertad de cultos”, tan discutido en Guatemala pues se le confunde con el término de “Estado laico”. Ya que es muy distinto poder escoger sin coerción la religión que uno desee, que llanamente “no tener religión, peldaño hacia ser libre pensador. O, más aún, ser agnóstico o francamente ateo. Esta es una de las conquistas más destacadas y brillantes del siglo XVIII que no en balde se llama del Iluminismo y la Ilustración y donde irradiaron cabezas tan destellantes como la de Kant que, sin negar abiertamente la inexistencia de Dios, habló de la imposibilidad de conocer el noúmeno o cosa en sí. Por supuesto que recluido en Koenigsberg la mano oscura de la Inquisición no lo alcanzaría.
El libre pensador que establece, infunde y cimienta el siglo XVIII representa la derrota final del Tribunal de la Santa Inquisición y con ello la caída de la oscuridad que la religión con umbrosa aura de fanatismo (hasta las auras pueden ser oscuras) impregnó durante los siglos de su imperiosa entronización, incluso después del cisma católico y ya dentro de las religiones que se dieron y aún se llaman: protestantes. Porque si algo fue tremendamente oscurantista fue el movimiento de contrarreforma en el que ya actuaron por fuera las actuales sectas evangélicas.
El neoclásico tiene grandes valores echados al suelo por sus demoledores que no lo entienden y difaman, sin darse cuenta o haciéndose los disimulados de cara –como he dicho– al nacimiento del periodismo y los periódicos que son una institución y una profesión que vigorosa irrumpe en la carrera de las aceras, en el siglo llamado también “de las academias”, donde se rinde culto a la razón porque ¿qué es más irracional que la fe…?
- El libre pensador es un individuo moderno y libertario que condensa en él todas las propuestas de libertad por las que el siglo XXI lucha y alcanza a medias. El libre pensador es el adalid de las academias y de las ciencias y es en él donde reside la obligada libertad que la modernidad y la democracia piden.







