Finalmente la esposa no tuvo más excusas –para evitar las caricias y demás componentes eróticos de su legítimo marido, que acceder a ellas– cuando de pronto y en el silencio de la noche, el famoso reloj de campanillas de don Alejo-seductor, comenzó a dar las once y a meter bulla. El marido reconoció el original relox (por eso el relato se llama así) pues no había otro como éste en toda Guatemala, y se puso más que enojado: furibundo. Don alejo alargó la mano y pasóle el ruidoso reloj a doña Clara quien dijo a su esposo que lo había comprado a su dueño por doscientos pesos.
El marido creyó o hizo como que creía el embuste de la dama, pero los vecinos que durante muchos días habían observado las idas y venidas y el trajinar de don Alejo, no. De manera que el reloj en posesión de doña Clara fue la comidilla y el hazmerreír de la ciudad. Aquí interrumpe (Pepe Batres Montúfar el relato que traía) que, como he dicho, quedó inconcluso como la de Schubert.
Los tres cuentos que integran las “Tradiciones de Guatemala” tienen el denominador común (retóricamente hablando) de estar escritos en octavas reales, llamadas así porque cada estrofa tiene ocho versos endecasílabos muy difíciles de lograr a menos de que uno sea un gran versificador. Sin embargo, se puede establecer entre los tres cuentos en verso otros rasgos en común, como por ejemplo:
Tanto el “Don Pablo” como “Las falsas apariencias” y “El relox” narran historias de amor o picarescas, cuyas heroínas no resultan en armonía con la pacata moral de su tiempo (un tanto como la de ahora) sobre todo doña María y doña Clara que vendrían a ser lo que popularmente se llama “mujeres fáciles”, infieles, pues cometen adulterio no se sabe (porque Batres no lo dice) si con razón o sin ella, él no se detiene en esas mojigaterías pues el autor no es nada gazmoño ni santurrón.
En los tres cuentos hay un final trágico. Con mezcla de comicidad en los dos últimos (ergo, tragicómicos). Y más dramático en el primero.
En “Las falsas apariencias” y en “El relox”, Batres pinta dos esposos burlados que son los bufones de la ciudad. Pero es que -como el famoso amante veneciano- estos cónyuges estaban poseídos de un ardor sexual de satiriasis que, sin tregua, exigían el cuerpo de sus esposas.
Las tres historias ocurren en la capital del reino de Guatemala (donde el autor reside) el primero y el último dentro de la aristocracia y el de en medio en algo que podría asimilarse a las dos anteriores pues don Juan del Puente era un contrabandista rico. Por lo que si el arte tiene un gran valor de retrato social podríamos afirmar que la alta sociedad guatemalteca de los siglos XVIII y principios del XIX no era tan recatada –como suponemos– hazmerrei sino que mucho de “Las falsas apariencias” exultaba en ella.
Los tres cuentos que asumen la apariencia de “poesía” –sobre todo por estar construidos en octavas reales– tienen fundamentalmente las características de toda obra narrativa del siglo XIX. Presentación, nudo y desenlace. Pero especialmente un muy bien logrado “nudo” que mantiene la atención y el suspense del lector sobre la base de su trepidante intriga, que inyecta zozobra y angustia al texto y nos hace literalmente devorarlo.
También, como lo exige la narrativa, las descripciones en los tres cuentos son ricas y expresivas; los personajes alcanzan a tener algunos rasgos psicológicos y los ambientes penetran con mucha propiedad y redondez en el lector. En realidad el verso lo que hace –en el caso de las “Tradiciones de Guatemala”– es estorbar el desarrollo de la narración pues esta sería más libre y desbordada sin tanta retórica.
Continuará.







