En 1992 la reelección de George Bush padre parecía inevitable y así lo mostraban las encuestas en las que Bill Clinton quedaba por debajo. Uno de sus estrategas de campaña, James Carville, puso en todos los recintos de la casa de campaña la frase “Es la economía, estúpido” para centrar la campaña en esos temas mientras que Bush basaba su propaganda en el fin de la Guerra Fría y de la Guerra del Golfo Pérsico. El poner atención en lo central, en lo más importante para el ciudadano cambió el panorama electoral y permitió a Clinton derrotar al presidente que parecía ir sin contratiempos a la reelección.
Por ello usamos en el titular de este editorial una analogía a lo que dijo en su momento Carville, puesto que en Guatemala tenemos que entender que todo el problema de la corrupción gira alrededor del sistema. Es estúpido no darse cuenta de cómo el modelo de compras y contrataciones del Estado fue pervertido hasta convertirlo en el cimiento de jugosos negocios que se siguen dando a pesar del cambio de gobierno y del mandato popular claramente expresado en las urnas; sistema que hay que decirlo y reconocerlo ha tenido a lo largo de muchos años, enorme permeabilidad del crimen organizado.
Casos como el del Estadio Doroteo Guamuch Flores o las compras del IGSS, con los picops o el sistema de gestión hospitalaria, muchas compras de las unidades ejecutoras del Ejecutivo, etc. no son cuestiones aisladas ni temas en los que los actores se hayan tenido que esmerar mucho para concretar la operación. Por el contrario, la Ley de Compras y Contrataciones del Estado abre de par en par las puertas para aquellos que quieren beneficiarse con el uso de los fondos públicos que debieran servir para promover desarrollo humano y oportunidades para todos.
Un gobierno puede ser electo para acabar la corrupción y hasta puede ser conformado por mucha gente decente que busca cambiar las cosas, pero mientras el sistema siga siendo el mismo, en tanto no comprendamos que la raíz de todo es muy profunda y está en el modelo de las compras y adquisiciones, continuará siendo cierto aquello de que de buenas intenciones está asfaltado el camino hacia el infierno.
James Carville tuvo la genial idea de buscar el elemento clave para los ciudadanos en una contienda electoral y Clinton supo manejarlo para darle vuelta a un panorama político que parecía fatal. Lo que nos hace falta en Guatemala es que aquí también se entienda que no podemos alcanzar nada sin un serio esfuerzo por renovar el modelo, a sabiendas de que cualquier reforma tiene que pasar por el Congreso, pero también que los ciudadanos tenemos el poder de presionar a los diputados para que aprueben una forma distinta que permita más transparencia con ágil ejecución y, sobre todo, que facilite la fiscalización no solo de la Contraloría sino de la misma sociedad.
Ojalá Arévalo haga lo que hizo Clinton y entienda cuál es el meollo de nuestro problema para emprender el camino de la profunda reforma que se requiere.








