Entre tantas sombras que ha tenido este gobierno que preside Bernardo Arévalo, se dio la buena noticia de que las negociaciones bilaterales que se han tenido con los Estados Unidos para eliminar el 10% de arancel a los productos guatemaltecos han sido satisfactorias, dando como resultado que hasta un 70% de los productos que nuestro país exporta a dicho país no tendrán qué pagar arancel. De acuerdo con el Ministerio de Economía, dentro de los productos exentos, se encuentran productos agrícolas, no agrícolas-manufactura y de vestuario y textil.
El gobierno, cuando no, corrió a publicitar esto como un “acuerdo histórico”, aunque previo al mismo existía un acuerdo multilateral llamado DR-CAFTA en el cual los productos guatemaltecos no tenían arancel, por lo que catalogarlo como algo “histórico” es una exageración de las autoridades. La narrativa grandilocuente del presidente Arévalo y su equipo es casi idéntica a la que tenía el de Giammattei, en todo sentido. Las negociaciones “arduas e intensas” de este gobierno coinciden con el trabajo “incansable” del gobierno anterior. ¿Coincidencia?
Creo también que hay que entender que lo que hay hasta ahora es una declaración conjunta de un acuerdo marco sobre comercio recíproco, es decir, un documento en el que se llegó a un acuerdo en que “Estados Unidos eliminará los aranceles recíprocos sobre exportaciones guatemaltecas que no pueden cultivarse, extraerse o producirse naturalmente en Estados Unidos en cantidades suficientes” de acuerdo con el Mineco, pero el mismo aún debe ratificarse por medio de la firma oficial y realizar todos los trámites para su entrada en vigor, que aún es incierta. Más opaco aún, son los compromisos que asumió Guatemala a la hora de firmar este acuerdo y cuáles son las consecuencias de no cumplirlos.
Lejos de tener la actitud triunfal que caracteriza a las personas soberbias y arrogantes, como lo fue Giammattei y lo es ahora Arévalo, el mandatario debería preocuparse por tener humildad y cumplir a cabalidad con el mandato que le fue depositado en las urnas cuando lo eligieron: eliminar la corrupción.
Hasta ahora, este gobierno ha tenido muchas más sombras que luces. La infraestructura nacional se está cayendo en pedazos (en sentido figurado y también literal) y el presidente no ha logrado dar con un equipo en el Micivi que responda a las necesidades del país. Mantuvo por dos años a un inepto en la cartera de Gobernación a pesar de la inseguridad (era percepción según el ministro), de la opacidad de dicha cartera en las compras (adjudicaciones de armas y picops a dedo) y para colmo, premiarlo con impunidad para poder salir del país luego de una pésima gestión en la fuga de 20 reos de alta peligrosidad (la mayoría siguen libres) mientras él paseaba por el Vaticano y, de paso, preparaba el terreno para dejar a su Secretario de Comunicación como embajador. A pesar de la incapacidad de su Gabinete para ejecutar el presupuesto, decide incrementarlo a niveles nunca antes vistos y encima abriendo las puertas para que diputados y alcaldes tengan carta libre para la corrupción (esa que tiene como mandato erradicar), que las múltiples denuncias de corrupción de sus más cercanos colaboradores las rechaza sin siquiera investigarlas.
Sin querer queriendo, o tal vez más queriendo que sin quererlo, la gestión de Arévalo se parece cada vez más a la de Giammattei.







