El sábado pasado circuló un documento titulado Por una Guatemala Plural y Democrática, el cual hace un llamado a “… conformar el Frente Amplio por la Democracia que ha de ser un espacio permanente de encuentro y articulación entre fuerzas políticas, sociales y democráticas capaz de contribuir a la formación y desarrollo de una consciencia crítica ciudadana en los guatemaltecos”. Expresa dicho comunicado propósitos de mediano y largo plazo y plantea una agenda programática, donde incluye temas sustanciales para el país.
Es obvio que la mirada de quienes impulsan esta iniciativa está puesta en el próximo proceso electoral. Es por ello que el comunicado termina anunciando su propósito de “Incidir en aquellos partidos políticos que participen en el Frente a fin de que se elijan candidatos y candidatas en elecciones primarias, fomentando la juventud y la equidad en la participación”; además afirman que dicho Frente propondrá “Darle gobernabilidad al futuro gobierno contribuyendo a la elección de una mayoría legislativa que comulgue con los presentes propósitos”.
La visión de este Frente Amplio por la Democracia pretende ser ideológicamente plural. Entiendo que sus integrantes participan en él como personas. Por consiguiente, no representan ninguna organización social.
Es importante tener presente que, dada la naturaleza de los frentes amplios, ellos tienden a ser transitorios. Dependen de climas sociales y políticos coyunturales y de posibilidades de convergencias de intereses diversos. Por eso, la situación política nacional parece tener condiciones para impulsar un Frente Amplio alrededor de la lucha contra la corrupción y la impunidad, fenómenos que se sustentan en la cooptación de la institucionalidad estatal por parte de redes político criminales. Esta cooptación destruye el carácter republicano y democrático del Estado y, por ende, recuperar su independencia significa, en esencia, rescatar la democracia en Guatemala.
Todo lo anterior lo refiero para expresar mi apreciación positiva hacia esta convocatoria que ha sabido ubicar la pertinencia coyuntural de construir un Frente Amplio, es decir ideológicamente diverso, para luchar por el rescate de la democracia. Falta ver si la composición de dicho Frente efectivamente expresa esa pluralidad o si son simplemente personas, básicamente urbanas y clase medieras, de izquierda.
Sin el ánimo de ser pesimista, quiero señalar que la experiencia de los últimos años nos muestra que este tipo de esfuerzos han fracasado cuando se llega el momento de definir las candidaturas para la participación electoral. El extremo ha sido que quienes lo integran terminan compitiendo entre ellos, a pesar de que tienen claro que divididos no tienen posibilidad alguna de éxito. Prácticamente contienden por ver quien pierde en la elección.
Por eso el “progresismo” (ahora algunos se asustan si los llaman de izquierda) tiene el reto de construir un instrumento, es decir un partido, que sea capaz de aglutinar la pluralidad ideológica que en la realidad contemporánea, nacional e internacional, caracteriza a las izquierdas. Ya no más partiditos enanitos de izquierda.
Las izquierdas tienen el reto de construir, para el corto, mediano y largo plazo, un instrumento para librar la lucha por la transformación estructural del país, en el marco de la democracia liberal que vivimos. Un partido capaz de contener su diversidad (socialista, socialdemócrata, socialcristiana, indigenista…), así como de impulsar la más amplia alianza posible, más allá de las izquierdas, por la democracia y la justicia social.
Un Frente Amplio es una marejada de espuma que fácilmente se dispersa. Una suma de enanitos de izquierda, llamados partidos (Semilla, Raíces, MLP, VOS, Winaq, URNG…) son figuritas de arena que muy probablemente terminarán diluidas en esa marejada, dando patadas de ahogados para no desaparecer.







