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Para estos primeros días del mes de noviembre, cuando el trinar del viento pareciera llevar, como en un vaivén, secretos de leyendas y relatos ancestrales, y las hojas secas de los árboles caen, formando espirales cuasi infinitas, y la penumbra abraza el instante, comparto para ustedes una de las Urnas del Tiempo de mi señor padre, el insigne literato León Aguilera (1901-1997), la Urna del Tiempo titulada: “Leyenda de la Teodora Coyota”, una historia que también contaba en familia, precisamente entrada la noche, cuando después de la cena venía la tertulia o la sobremesa, y el ambiente se comenzaba a sentir asustadizo, estremecido y misterioso.

La Urna del Tiempo se encuentra dentro del libro: “Memorias de un bardo” de León Aguilera. Este relato se lo contó, cuando era niño su nana, a quien llamaba mama Pancha, luego de que mi papá vio merodear en ese entonces, en la cocina de su casa, a un animal que semejaba ser un perro, por lo que la historia comienza así: “En un oscuro atardecer cuando la luz de un quinqué me afanaba en leer un libro de Ciencias Naturales, se entró por la puerta de la calle un perrazo de lanas negras con la cabeza baja, las orejas gachas y en ademán humilde.

Mi primer impulso fue espantarlo; en ese momento entró mama Pancha y me dijo suavemente que no espantara al animal, porque se trataba de la Teodora Coyota. Entró a la cocina y volvió con una gran taza de leche con trozos de pan dulce y la puso delante de la extraña visita, que se apresuró a vaciar el contenido; se observaba hambrienta. La nana le acarició el lomo, se dejó estremeciéndose, luego como vino partió, desapareciendo en la negrura de la noche.

Es la Teodora Coyota, explicó mama Pancha; a continuación, contó algo increíble. Teodora era el nombre de una señora que vivía sola en el barrio del Coyolar y tenía fama, que por pacto con el maligno podía transformarse en peligrosa coyota en noches plenilunares. Convertida en fiera hacía destrozos en sembrados y en gallineros y era el terror de quienes se encontraban con ella.

Un vecino urdió vengarse por haberle echado a perder su hortaliza y de acuerdo con los consejos de un cura, se armó de un frasco de agua bendita y de palmas bendecidas en Domingo de Ramos, acechó al animal (Teodora) a través de un portillo. Cuando dejó el cuerpo para encarnarse en coyota, el vecino regó el agua y las palmas bendecidas, al mismo tiempo que murmuraba plegarias. Cuando retornó de sus correrías, Teodora no pudo entrar en su cuerpo; luego el vecino con otros damnificados lo sacaron para enterrarlo.

Teodora quedó de por vida transformada en coyota, y arrepentida andaba errante por las noches implorando piedad, que se prodigaba en las casas que venía frecuentando y en donde solían darle afectuosa atención. En vista de su visible arrepentimiento de sus tropelías, se la llamaba con miedo cariñoso Teodora Coyota.” Esta historia evoca a la reflexión, quedando truncada la doble vida del personaje que, por tratar de ser salvada su alma, terminó sin esperanza alguna de poder regresar a su cuerpo, por lo que, no le quedaba más que con su mirada, hacer acto de contrición y penitencia.

Así como esta leyenda y otras, que son tan famosas, a pesar del miedo y susto que producen al escucharlas, forman parte de la cultura, el folclore, las costumbres de nuestro país, y son una verdadera tradición, para ser contadas en el transcurso de los tiempos, especialmente ahora en el mes de noviembre, cuando se celebra el Día de Todos los Santos y se conmemora el Día de los Fieles Difuntos, con convites y comidas familiares como el fiambre, visitas a los cementerios, oraciones y arreglos florales, para agasajar a las almas que nos amaron en vida, y que habitan en nuestra memoria y nuestro corazón para siempre.

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