Luis Enrique Pérez
Deseo, patria mía, que la justicia sea siempre tu mayor riqueza, y que la paz sea un tesoro que repartes generosa entre tus hijos; que te halaguen quienes creen que los derechos imponen obligaciones, y que es sagrada la diversidad de los seres humanos, y que sólo la intolerancia no debe ser tolerada, y que si algo tiene que ser impuesto, es la no imposición. Y deseo que nadie pretenda imponerte una creencia, un pensamiento, o una ideología, no porque temas ser víctima de una falsedad, sino porque ni aún la presunta verdad debe ser impuesta.
Deseo, patria mía, que no vivas de la piedad extranjera ni inspires en el resto del mundo una ofensiva compasión que nunca te mejora pero siempre te humilla; ni intercambies soberanía por dádivas que mucho te insultan y poco te ayudan. Y deseo que sepas que la pobreza indigna es mil veces pobreza, porque ya no sólo es pobreza sino también vergonzosa pobreza.
Deseo, patria mía, que el poder de elegir gobernantes no sea el poder para destruirte, y que no te embriague el tóxico licor del demagogo, y que tu voto sea un atino de la reflexión y no un engendro de la alucinación, y que, entonces, votar no sea convertirte en mísero heredero de la decepción.
Deseo, patria mía, que brindes siempre la oportunidad de mejorar, y nunca obligues a empeorar; y que nadie te reproche que faltan oportunidades, aunque algunos se lamenten de no haberlas aprovechado. Y deseo que el triunfador no sufra el ataque del resentido ni el odio del envidioso. Y que aquel que es pobre por negligente maldiga antes su negligencia que su pobreza.
Deseo, patria mía, que nadie de los tuyos se destierre porque no le brindas esperanza, ni se exilie porque lo persigues, ni prefiera sepultura en extraño país porque de ti reniega, sino que a todos inundes de esperanza, y que seas una patria tan valiosa que ser sepultado en tu tierra sea un honor codiciado. Deseo, patria mía, que nadie te difame, ni te calumnie, ni te injurie en el extranjero, y que nadie te acuse ni exija que jueces extraños te condenen y que decoren la condena con el desprecio a tu soberanía.
Deseo, patria mía, Guatemala, que seas la tierra que se cultiva con la más fecunda semilla: la libertad, de la cual surge el progreso como si fuera una necesidad. Y deseo que pronto ya no seas más la patria que soñamos sino el sueño mismo consumado. Y que el símbolo de tu libertad no sea el débil quetzal que resignado muere si está cautivo, sino la poderosa ave rebelde, temida por el cóndor y el águila real, capaz de destruir cualquier cautiverio, y de aniquilar a cualquier opresor.
Post scriptum. Deseo, patria mía, que quienes predican que te aman, y sinceramente quieren procurar tu bien, también sepan elegir los mejores medios para beneficiarte, y no procuren tu mal en nombre de la más beatífica intención.