Autor: Hugo L. Camey Castellanos
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El 20 de Octubre no es solo una fecha para recordar. Es un llamado a mirar hacia atrás y reconocer cuánto nos hemos alejado del espíritu que dio origen a la Revolución de 1944. Aquel movimiento no surgió del poder, sino del pueblo que se atrevió a desafiar décadas de dictadura, injusticia y sometimiento. Fue el grito de una generación que soñó con un país libre, justo y con oportunidades para todos.

Aquella Revolución marcó el inicio de la democracia moderna en Guatemala. En apenas una década se sembraron instituciones sólidas, se dignificó al trabajador, se fortaleció la educación pública y se abrió paso al pensamiento crítico. Fue, sin duda, el período más luminoso de nuestra historia republicana.

Pero hoy, 81 años después, el país vive una contradicción dolorosa: tenemos democracia en forma, pero no en fondo. Las instituciones, que deberían servir al pueblo, se han convertido en trincheras de intereses privados. La política, que nació para ser un instrumento de servicio, ha sido capturada por redes de corrupción que vaciaron de contenido la palabra “Revolución”.

La generación del 44 peleó por abrir escuelas; hoy, los corruptos pelean por repartirse el presupuesto. Ellos soñaron con justicia; hoy, muchos la usan como arma política. Y mientras tanto, la ciudadanía observa, cansada, confundida y desconfiada.

Sin embargo, el espíritu del 44 no murió. Solo está dormido. Y despertarlo depende de nosotros. La verdadera revolución que Guatemala necesita no será violenta ni militar: será ciudadana. Una revolución desde la raíz, donde cada persona asuma su responsabilidad con la comunidad, donde la ética y la solidaridad sean más fuertes que la indiferencia.

Hoy, más que nunca, debemos entender que transformar Guatemala no es tarea exclusiva de un gobierno ni de un partido. Es un deber colectivo. La revolución pendiente es la de la transparencia, la de los servicios públicos dignos, la de la salud y la educación al alcance de todos. Es la revolución de volver a creer, de volver a participar, de volver a exigir que la política sea decente.

El 20 de octubre no debe vivirse como una conmemoración nostálgica, sino como una fecha de compromiso. El cambio que empezó en 1944 aún espera completarse. La historia nos enseñó que el pueblo puede levantarse cuando se une en torno a la justicia. Hoy, Guatemala necesita volver a hacerlo, pero esta vez desde la raíz: con valores, con organización y con una nueva generación que no repita los errores del pasado.

Porque la Revolución del 44 no terminó; simplemente está esperando que volvamos a hacerla florecer.

Jóvenes por la Transparencia

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