Javier Monterroso

Durante las últimas semanas se ha debatido mucho sobre el papel que debe jugar el Embajador de los Estados Unidos, y hasta donde sus opiniones, presencia en juicios criminales y sugerencias constituyen una injerencia en los asuntos internos y, por ende, una violación a la soberanía nacional; las críticas han venido principalmente de los representantes de la extrema derecha: la excandidata presidencial Zury Ríos, la Fundación contra el Terrorismo, columnistas identificados con el sector agro-industrial, el Nuncio Apostólico y el Presidente de la República y su partido militarista, pero también de un sector marginal de la extrema izquierda principalmente del columnista Mario Roberto Morales.

Pongamos las cosas en perspectiva, en primer lugar recordemos que los Estados Unidos es el principal socio comercial de Guatemala: más de una tercera parte de nuestras exportaciones son hacia esa nación y más de un millón de guatemaltecos viven en su territorio debido a que no encuentran trabajo en nuestro país. Obviamente el país más poderoso del mundo quiere tener seguridad de que esas exportaciones y esos migrantes no incluyen drogas o precursores y terroristas o armas que puedan ser utilizadas para terrorismo, en ese sentido preocuparse por nuestras aduanas, sistema de seguridad, pasaportes y sistemas de control de migración es una de las formas en que Estados Unidos protege a sus habitantes.

En segundo lugar estas críticas no son solamente contra el Embajador de los Estados Unidos, existe una campaña orquestada de ataques contra la representante residente del PNUD, el encargado de la OACNUDH, y la representante de la Unión Europea, la razón es simple: existen sectores poderosos que tienen miedo de que sigan los juicios por crímenes de la guerra y los casos de corrupción, y saben que la comunidad internacional apoya política y económicamente a la CICIG y al MP por lo que atacarlos es una forma directa de afectar a los dos actores más importantes en el tema de justicia.

Además, resulta patético ver despotricar a la extrema derecha contra la injerencia estadounidense cuando fue la que aplaudió y promovió la mayor violación a la soberanía de la historia del país: el derrocamiento de Jacobo Árbenz Guzmán en 1954, esa si fue una invasión de Estados Unidos apoyada por los mismos sectores que hoy piden que el gigante del norte no se meta en nuestros asuntos.

Finalmente ¿cómo puede exigir respeto a su soberanía un país en donde el Estado es solo una fachada de los poderes ocultos? Somos un Estado fallido pero, además, funciona un Estado paralelo conformado por el sector empresarial tradicional, el capital emergente y el narcotráfico que gobierna detrás del Presidente, los partidos políticos, el sistema judicial y demás autoridades de turno, en ese contexto los sectores progresistas deben ver a los Estados Unidos y a la comunidad internacional como aliados coyunturales para limpiar el Estado de las mafias que lo controlan ¿o acaso creen que podemos hacer eso solos?

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