Una de las expresiones de la enfermedad social que nos aqueja es la aceptación del mal que hemos normalizado. Es verdad que los políticos corruptos impactan con sus acciones, pero resulta aún peor el aplauso de quienes los rodean. Desde mi punto de vista, esto es más lamentable que la propia perversidad de sus protagonistas.
Me resulta incomprensible, por ello, el servilismo de los que abrazan a los que tienen poder. El asentimiento conformista –el pragmatismo, dirán algunos– de quienes podrían influir positivamente desde esos puestos de privilegio. Peor aún, cuando respaldan discursos cínicos para congraciarse con esas autoridades, dondequiera que se encuentren.
Esa actitud deriva no solo de una cultura de la zalamería, de la malsana voluntad de aplaudir fingidamente a los que ocupan un puesto superior, sino también de una falla sistémica de la estructura moral que se habitúa a la mentira. Todo basado en la idea de que no hay otro camino en el quehacer humano que el de la adulación.
Algo no hemos hecho bien. Se necesita una crítica que evidencie la cultura de la lisonja y, al mismo tiempo, una educación que fortalezca la virtud y no ceda al peloteo. No podemos evitar los narcisismos tan habituales hoy, pero sí impedir la caída de quienes buscan ventajas fáciles a través del vasallaje.
Hay que insistir desde casa: permitir el diálogo basado en el respeto mutuo, en la confianza que nace del reconocimiento de la libertad de juicio. Crear ecosistemas para la disidencia y la transgresión fundada en el amor, sin que esas opiniones audaces inflamen el ego sensible de los del hogar.
Hacer la tarea es un imperativo social. Primero, para dejar de normalizar la adulación como “virtud” de sujetos listos. Y luego, como medio de diálogo veraz que permita construir desde la participación sincera de todos. Se necesitan más hombres y mujeres valientes que señalen los errores de los poderosos. Sin ello, solo nos convertimos en sus cómplices.
Cuántos males evitaríamos con la palabra sincera. Desinflar egos es corresponsabilidad de todos, no porque nos sintamos superiores, sino porque contribuye a construir relaciones fuertes y proyectos que incidan favorablemente en la comunidad política que tanto lo necesita. Pongámonos en la tarea.