Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
En Guatemala como en las grandes economías del mundo, siempre se habla del papel que el sector privado juega y de la importancia que éste tiene en la generación de empleo. No hay duda de lo positivo que son para la economía y para muchas familias aquellos que honradamente de forma pequeña, mediana o grande desarrollan actividades económicas de bienes o servicios.
Pero en un país como el nuestro de lo que no se habla suficiente es del papel de los migrantes y de cómo sus remesas mantienen a flote nuestra economía, sostienen un consumismo artificial y hacen que las empresas o personas que comercializan en volumen, sigan teniendo números negros.
Y de eso no habla prácticamente nadie, ni políticos, ni periodistas, ni analistas que “juran” luchar por una mejor Guatemala, porque al final del día los migrantes son parte de un modelo que hasta ahora se pinta casi perfecto porque la pobreza se invisibiliza con las remesas.
Las remesas familiares tienen mucho más impacto en el ingreso de divisas que la exportación de vestuario, azúcar, banano y café, los principales productos que Guatemala comercia en el exterior. De acuerdo con el Banco de Guatemala (Banguat), en 2015 los aportes de los guatemaltecos en el extranjero representaron ingresos por US$6 mil 284 millones 977 mil 800 (13.3% de aumento respecto al 2014), mientras que los cuatro productos tradicionales generaron US$3 mil 585 millones 556 mil 279.
Los números no mienten dicen los financieros y tal es el caso del aporte de nuestros migrantes; para ellos, que migran ante la falta de oportunidades, su aporte se convierte en un círculo vicioso, porque sus remesas mantienen respirando a un muerto y eso hace que nadie sienta la urgencia de cambiar las reglas para que nuestro sistema sea más equitativo.
Insisto en que no busco, ni por asomo, demeritar a los agentes económicos que impulsan nuestra economía y la de miles de familias, pero en un país que tiene más del 60% de su gente viviendo en pobreza, resulta que no es suficiente y nos demandan acciones drásticas para invertir en la gente.
Bien decía Adrián Zapata que el desarrollo de un territorio no se mide por la cantidad de carreteras, negocios, comercios o empleos que tenga, sino mediante el desarrollo humano de la gente. De ese desarrollo forma parte lo mencionado con anterioridad, pero de nada sirve que haya infraestructura si no invertimos en el desarrollo de la gente.
Y el problema es que no se avizoran cambios en un futuro cercano. Véalo usted, muchos actores están atrapados en seguir apuntalando un sistema insostenible, en sus chismes, en sus conjeturas periodísticas para ganar popularidad, pero no se habla del problema de fondo de nuestro sistema y no se advierte, con valor, que la Guatemala de hoy es una bomba de tiempo si no se cambian las reglas de nuestro sistema.
La lucha contra la impunidad va más allá de desmantelar estructuras, la lucha contra la impunidad reclama que los ciudadanos tomemos el control, alcemos la voz y nos apoyemos en las instituciones del sector justicia para echar a andar una plataforma social que incida en los cambios al sistema.