Autor: Lourdes Reyes
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La Revolución de 1944, también conocida como la Revolución de Octubre, marcó un antes y un después en la historia de Guatemala al derrocar la dictadura de Jorge Ubico y empezar un período democrático que trajo consigo cambios profundamente significativos para la sociedad guatemalteca.
Antes de 1944, Guatemala vivía bajo un régimen autoritario dirigido por Jorge Ubico, gobierno que favorecía mayormente intereses económicos de unas cuantas minorías privilegiadas, reprimiendo cualquier intento de organización popular que pudiera debilitar dicha dictadura; el creciente descontento popular, especialmente entre estudiantes, trabajadores y campesinos, llevó a una serie de protestas y huelgas que culminaron en la renuncia de Ubico el 1 de julio de 1944, dando inicio a un periodo de transición política que permitió la creación de una Junta Revolucionaria Provisional de Gobierno, compuesta por Francisco Javier Arana, Jacobo Árbenz Guzmán y Jorge Toriello. Este hito dio inicio a una década de reformas que permitió a la sociedad guatemalteca el establecimiento de un sistema justo y participativo, además de sentar las bases para una democracia representativa en Guatemala.
Durante este período, se implementaron reformas políticas y sociales significativas, como:
• La autonomía universitaria, que permitió a la Universidad de San Carlos convertirse en un espacio de pensamiento crítico y libre;
• La Constitución de 1945, que garantizó derechos civiles como la libertad de expresión, asociación, prensa, religión y pensamiento, e implementó mejores mecanismos de control institucional como la consolidación de la división de los 3 poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial;
• La reforma agraria, impulsada por el gobierno de Jacobo Árbenz, que buscaba redistribuir la tierra y dignificar al trabajador campesino; y
• La promulgación del Código de Trabajo, que estableció una serie de disposiciones que beneficiaron a la clase trabajadora, como la duración máxima de una jornada laboral, salario mínimo, libertad sindical y negociación colectiva, además del reconocimiento y protección de la mujer trabajadora.
Lamentablemente, los avances logrados durante el período revolucionario no se consolidaron del todo. El golpe de Estado de 1954, promovido principalmente por intereses externos como la United Fruit Company y el gobierno de Estados Unidos, interrumpió abruptamente el proceso democrático y reinstauró nuevamente una dinámica poco beneficiosa para el país, marcando negativamente las siguientes décadas. A pesar de esto, los ideales del 44 no desaparecieron, se transformaron en referentes para nuevos movimientos sociales que, en distintos momentos de la historia, retomaron sentido con el objetivo de alcanzar justicia, participación y dignificación para la población guatemalteca.
En años recientes, las manifestaciones en contra de la corrupción, la impunidad y un sistema ineficaz han reanudado ese legado. Las protestas de 2015, por ejemplo, evidenciaron que la participación activa de la ciudadanía puede tener resultados favorables en los procesos de rendición de cuentas.
Estos movimientos han enfrentado desafíos significativos, principalmente la falta de empatía e interés hacia problemas sociales y políticos como la pobreza, la desigualdad, un sistema judicial deficiente, corrupción, deshonestidad y falta de compromiso por parte de los gobernantes. Esta indiferencia se manifiesta en la desatención de las necesidades de los sectores más vulnerables, minorías olvidadas y comunidades marginadas, lo que impide el progreso de la sociedad y el alcance de resultados significativos, condenando al país a continuar con un Estado que no cumple con sus deberes como consecuencia de la falta de conciencia social.
La Revolución de 1944 dejó un legado de lucha por la democracia y la justicia social en Guatemala, esta es una lección clara: el cambio es posible cuando la ciudadanía se organiza, actúa de manera convincente y toma la decisión firme de no ser indiferente ante las injusticias que se viven. Es fundamental aprender de la historia para entender que los derechos no se defienden ni se exigen desde la comodidad y el conformismo.
Recordar la historia no significa idealizar el pasado, sino entenderlo como una guía para el presente. Guatemala necesita volver a creer en la fuerza de lo colectivo y comprender que el cambio es resultado de una sociedad que reconoce que, a pesar de las desigualdades, puede ser capaz de transformar su realidad.
Este artículo es un llamado a la acción, a recordar que la democracia no se sostiene por sí misma y que el país que soñamos es una responsabilidad colectiva, y una deuda con quienes en el pasado lucharon porque hoy tuviéramos algo más que esperanza: oportunidades.