Bernardo Arévalo llega a la presidencia de Guatemala de forma coyuntural, ante una oferta de politiqueros tradicionales como Sandra Torres y similares, que para participar en tantas contiendas políticas han debido saquear al Estado o vender su alma al nuevo diablo, el narco. Ciertamente, el Movimiento Político Semilla despertó el interés de la población.
Este interés fue mayor en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales guatemaltecas en el año 2023, luego de que quien llegara de candidata al balotaje fuera la eterna candidata del partido de la Unión Nacional de la Esperanza, quien ofreció de todo para todos.
Previo a la llegada de Arévalo, Guatemala salía de la presidencia de un manipulador compulsivo que hizo de su tarea presidencial un saqueo permanente de los fondos del Estado guatemalteco, Alejandro Giammattei.
Anteriormente, Jimmy Morales hizo lo mismo y antes Otto Pérez, el general que fue enviado a prisión luego de las contundentes investigaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad, CICIG. O sea, Guatemala había sido gobernada por puros delincuentes. Así que las expectativas sobre el nuevo gobierno de Bernardo Arévalo en el 2023 eran enormes.
Más tardaron los guatemaltecos en apoyar a Arévalo, que lo que tardó Arévalo en perder el apoyo debido a su falta de decisión, su compleja narrativa y sus escasos logros, pero principalmente porque no se deshizo de Consuelo Porras, la fiscal general que representa el actual ataque a la democracia guatemalteca.
Realmente hubo una mayoría de guatemaltecos que apoyaron a Arévalo, pero especialmente fueron el denominado grupo de los 48 Cantones de Totonicapán y la alcaldía indígena de Sololá, quienes estuvieron semanas de semanas enfrente de la oficina central del Ministerio Público de Guatemala, MP, protestando.
De hecho, el mismísimo Ministerio Público se había esforzado en inventar casos falsos en contra de la elección de Arévalo, casos que llevaron a la cancelación ilegal del partido Semilla.
El presidente Arévalo llega con un bello plan de gobierno y con un pueblo que demandaba el fin de la corrupción. A la fecha, no se logra ni uno, ni lo otro. El plan de gobierno de Semilla resultó un documento que para nada se concretiza, con una vicepresidente totalmente ausente de los problemas reales y con muchos ministros de Estado si no desubicados, sí bastante incapaces.
La excepción es la ministra de medio ambiente. La infraestructura, carreteras, puertos y aeropuertos, ciertamente se recibieron en malas condiciones, pero el gobierno ha empeorado esa ya mala situación ante la indiferencia o incapacidad para atender lo urgente en la infraestructura nacional. No hay capitán en este barco llamado Guatemala.
Pero, aunque los guatemaltecos pudieran pensar que la mala suerte los persigue o que somos un caso particular donde la semilla de la democracia no germina, eso no es el caso.
La democracia tiene una crisis mundial, global. Como todo fenómeno social, entender a la democracia, su emergencia y su decadencia, es un problema complejo. No hay explicaciones simples y no deberían aceptarse las explicaciones simplistas como que somos un pueblo acostumbrado a esto y aquello, no.
Que tenemos 200 años de ser adictos a la tiranía, no. Esa no es explicación, si no muchos países no hubieran roto sus cadenas y no se hubieran liberado. Lo han hecho.
La crisis de la democracia nace y crece de la complejidad de las nuevas sociedades a partir de la emergencia de un mundo digital semi oculto que cada vez nos gobierna con sus redes que realmente nos enredan. La democracia requiere participación real, cara a cara, face to face. Las redes sociales solamente fingen participación democrática.
No hay nada de participación democrática detrás de X (Twiter), ni en Facebook y menos en Instagram, nada de nada. Las sociedades se han hecho complejas y esto no parece ser manejado por nuestras viejas concepciones de democracia liberal donde los poderes del Estado estaban separados y donde el gobierno es del pueblo y para el pueblo. Esto es, un gobierno de la igualdad, la fraternidad y la libertad.
Pero en el fondo nuestro mayor enojo con Arévalo es que es democrático. La gran mayoría quisiera que fuese autoritario, dictador y que saque de una patada a Consuelo Porras. Esa molestia con la democracia no se da solamente en Guatemala.
Aquí a la par, en El Salvador, hay un dato importante que nos debería decir algo: Un 85% aprueban el trabajo de un dictador. En Guatemala una reciente encuesta de Gallup, indica que casi el 60% desaprueba el gobierno de Arévalo contra un 10% de salvadoreños que desaprueban a Bukele. ¿No será que en el fondo somos autoritarios y por eso queremos gobiernos autoritarios?