Para muchos guatemaltecos, Bernardo Arévalo empieza a parecerse a Santa Claus, un personaje cargado de ilusiones, promesas y buenos deseos… pero que en la práctica no existe. Santa Claus vive en la imaginación infantil; Arévalo, en la ilusión de un cambio que no se concreta.
Ambos simbolizan expectativas: el primero reparte regalos, el segundo ofreció combatir la corrupción y transformar al país. Pero mientras los niños descubren pronto que Santa Claus es solo un mito, los ciudadanos comienzan a comprender que el presidente, atrapado en discursos y pasividad, tampoco encarna la autoridad firme que Guatemala necesita.
El país no requiere figuras simbólicas ni promesas lejanas: necesita gobernantes reales, capaces de enfrentar intereses oscuros y producir cambios tangibles. De lo contrario, Arévalo corre el riesgo de quedar, como Santa Claus, en la memoria colectiva como una fábula de ilusión incumplida.