La gran poeta novohispana, Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz nació el 12 de noviembre de 1648 en San Miguel Nepantla, un pequeño poblado en el entonces virreinato, hoy parte del Estado de México, en el municipio de Tepetlixpa. Ese lugar se ubica al pie de los dos grandes volcanes legendarios, el Popocatépetl (Montaña que humea) y el Iztaccíhuatl (Mujer blanca), en la región del Valle de Amecameca. Actualmente dicho poblado lleva oficialmente el nombre de Nepantla de Sor Juana Inés de la Cruz en su honor.
Es sabido que la historia de los pueblos y de las culturas suele escribirse desde los centros de poder de los grandes imperios o naciones y de sus fastuosas capitales, en donde esas civilizaciones se ven a sí mismas como el núcleo más importante del mundo. Sin embargo, existen lugares cuya identidad no proviene de la centralidad, sino precisamente de estar “en medio” de algo o alguien, situarse en las fronteras, en la intersección de realidades distintas. En el mundo prehispánico y la lengua náhuatl, esa condición se expresa con una palabra puntual, “Nepantla”, que significa “en medio” o “en el centro”. En la geografía de Mitteleuropa, ese mismo papel lo encarna Ucrania, cuyo nombre deriva del eslavo u-krai-na: “en la frontera”.
La comparación no es gratuita. Tanto Nepantla como Ucrania simbolizan un espacio intermedio, una tierra donde se encuentran y chocan fuerzas culturales, políticas y espirituales. Ese “entre” puede ser doloroso, porque implica vivir en la tensión de lo ambiguo, pero también puede ser fértil, pues obliga a la creación de nuevas formas de identidad. Así pues, uno de los intelectuales y poetas ucranianos más famosos es Tarás Shevchenko (1814–1861) quien es considerado el padre de la literatura ucraniana moderna y un símbolo de la identidad nacional. Shevchenko además de poeta, fue pintor y pensador humanista. Su figura encarna muy bien ese “estar en medio”, fue un campesino que se convirtió en artista y un súbdito del Imperio ruso que defendió la voz del pueblo ucraniano. Por esto, Shevchenko es en Ucrania lo que podría ser Sor Juana en México o Pushkin en Rusia, un extraordinario referente literario y cultural que marca el inicio de una tradición nacional.
“Nepantla” es estar situado entre dos mundos. En el pensamiento náhuatl, nepantla describía situaciones geográficas (estar entre montañas, pueblos o ríos), pero también mundos existenciales, el hombre vive en Nepantla, entre el nacimiento y la muerte, entre lo terreno y lo divino. Tras la Conquista española, el término adquirió un sentido aún más profundo, el de los pueblos indígenas atrapados entre su mundo ancestral y el catolicismo europeo y la cultura política de los recién llegados, entre sus lenguas originarias y el castellano, entre la memoria ancestral y la historia impuesta.
En la literatura moderna, pensadores como el mexicano Miguel León-Portilla y la “Chicana” Gloria Anzaldúa rescataron el concepto para hablar de la condición mestiza y fronteriza. Anzaldúa, desde la experiencia México-americana, veía el nepantla como un espacio de dolor, pero también de creatividad, donde lo híbrido se transforma en una fuerza cultural y política. Así, nepantla ya no es solo un lugar físico, sino un estado de conciencia, el habitar “en medio” de dos realidades que se disputan, a veces ferozmente, la existencia.
Ucrania por su parte es la verdadera frontera entre Europa y Asia. Ucrania, desde su mismo nombre, encarna esa condición de frontera. Históricamente, se situó en el cruce de civilizaciones, fue parte de la Rus de Kiev, origen cultural y religioso tanto de Rusia como de Bielorrusia. Ucrania estuvo bajo la influencia de la Mancomunidad Polaco-lituana o la “República de las Dos Naciones”, y más tarde del Imperio austrohúngaro, que le dejó huellas católicas y centroeuropeas. Al mismo tiempo, cayó bajo la órbita de Moscú, primero zarista y luego soviética. Así este “estar entre” marcó a Ucrania con una identidad múltiple y fragmentada, una lengua propia conviviendo con el ruso, tradiciones campesinas ortodoxas entrelazadas con herencias europeo-occidentales. En el siglo XX, las hambrunas forzadas, las deportaciones y luego la independencia estatal alimentaron un sentimiento de nación precisamente a partir de esa posición liminal.
Hoy, Ucrania representa una frontera geopolítica entre dos proyectos históricos: la integración europea y la esfera de influencia rusa. La guerra desatada en 2022 no se entiende sin reconocer este trasfondo, Ucrania no es simplemente “un país más”, sino que es el territorio donde se juega el equilibrio de poder entre dos grandes bloques civilizatorios en el esquema geopolítico del politólogo Samuel Huntington.
Lo interesante es que tanto nepantla como Ucrania comparten la misma paradoja existencial, sin duda estar en medio es doloroso, pero también puede ser extraordinariamente fértil.
Para los pueblos originarios, nepantla significó un desgarrón cultural, pero de ese desgarrón nació el mestizaje americano, la literatura novohispana y figuras como Sor Juana Inés de la Cruz, que desde su propio Nepantla biográfico supo dialogar entre la fe religiosa y la pasión científica. Para Ucrania, estar en medio significa sufrir invasiones, guerras y disputas de identidad; pero también ha generado una cultura rica, donde conviven tradiciones eslavas con elementos europeos, y un sentimiento nacional que, paradójicamente, se fortalece en la resistencia frente a la presión externa.
En ambos casos, el “entre” no es estático. Se convierte en un campo de lucha y de creación. El Nepantla es un puente, pero también un crisol donde constantemente se forjan nuevas realidades culturales y políticas.
Así podemos concebir un valor universal del “estar en medio”. Más allá de sus contextos específicos, nepantla y Ucrania nos enseñan una lección sobre la condición humana, gran parte de nuestra vida se desarrolla en la frontera, en el tránsito, en la ambigüedad. La modernidad misma puede entenderse como un estado de nepantla: entre la tradición y el cambio, entre lo local y lo global, entre las identidades que se cruzan y se mezclan.
Ucrania es hoy un símbolo de este dilema: un país que sufre precisamente por estar en medio, pero que al mismo tiempo redefine lo que significa ser europeo, lo que significa resistir y lo que significa ir creando una identidad propia en la encrucijada de una historia impuesta en la lucha de civilizaciones.
En conclusión, tanto el nepantla náhuatl como la Ucrania eslava y europea contemporánea nos recuerdan que los territorios intermedios son frágiles, disputados y a menudo sangrientos. Pero también son los lugares donde la humanidad se reinventa, donde la mezcla genera novedad y donde la historia se acelera. Habitar en medio es difícil, pero tal vez sea ahí donde más intensamente se juega el destino de los pueblos.