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Autor: Mario Antonio Cordón Arias
Instagram: @_mar.crdn_
Editorial: youngfortransparency@gmail.com

El patriotismo, adhesión etnográfica a un pedazo de tierra específico, hace que las personas inconscientemente crean en la democracia. Evoca lealtad, orgullo, identificación y preocupación por el bienestar de la nación, así como fidelidad expresada a través del respeto a las leyes, compromiso y contribución personal por velar su cumplimiento en favor del bien común. Quien es patriota, honra a la nación con su actuar, con el trabajo honesto y el cumplimiento de valores morales y principios constitucionales. Así, el patriotismo cimenta facultades necesarias para el orden y la estabilidad que necesita la democracia.

Más allá de la dimensión cívica, el patriotismo también es un sentimiento de amor al patrimonio, la gente, la cultura, la historia, la tradición y el ambiente. Un amor que permanece estando dentro y fuera del país, con preocupación por su bienestar y la disposición de sacrificarse por su bien. Ante el sentimiento compartido y el sentido de pertenencia, aumenta la solidaridad y cooperación entre conciudadanos, fomentando la cohesión y la unidad social. Este sentido de unidad es fundamental para la integración nacional, que fomenta la participación en iniciativas comunitarias por el bien colectivo.

Ante la homogeneización cultural y la globalización, reconocer el valor de la cultura inhibe su pérdida y la preserva; en coherencia, también beneficia que se direccione el consumo hacia productos y productores locales, favoreciendo la economía interna y potenciando su desarrollo.

Ser patriota es más que enorgullecerse al ver una bandera: sin el patriotismo, una nación no podría existir. El concepto de nación, país o patria trasciende la delimitación geográfica, y su existencia depende de una construcción social compartida, donde el patriotismo transforma un territorio poblado en una comunidad. Sin este componente subjetivo de identificación colectiva, la nación carecería de sustento existencial.

Más allá de lo conceptual y filosófico, el patriotismo da lealtad que legitima el contrato social que contiene las estructuras institucionales y jurídicas. No solo se queda en el respeto a la ley, también brinda la asistencia que el Estado necesita; la lealtad hace que el ciudadano esté más motivado a participar activamente en el mantenimiento y mejora de su país e incentiva la participación cívica y el deber ciudadano, lo que se traduce en mayores tasas de participación electoral, voluntariado, participación en cargos públicos, fiscalización coherente y fundamentada a las autoridades, y el interés de mantenerse informados. Además, combate el individualismo extremo que dificulta el desarrollo democrático.

La democracia es más que un sistema de gobierno, es la creación de un gobierno justo con base en la participación ciudadana, garantía de derechos fundamentales; un sistema en el que se pueda ejercer un real poder político. Al fomentar la participación ciudadana, el patriotismo provee el sustento necesario para construir un sistema democrático.
Esta visión idealizada del patriotismo como pilar democrático merece un examen crítico; aunque se han argumentado los beneficios del patriotismo, es más valioso evaluar su contraparte. Conviene entonces analizar su faceta menos virtuosa, fundamentando cómo el patriotismo es utilizado como un mecanismo de control social y manipulación de masas.

Defender la ilusión de que el patriotismo puede cimentar democracia en un país tan corrupto, aunque conceptualmente tiene sentido, carece de lógica en la práctica. Entender la democracia como dogma, defiende que está construida solo por el pueblo, reduciendo la responsabilidad de su mantenimiento al gobierno electo. Así el patriotismo llega a ser una justificación del gobierno, un chivo expiatorio que establece que son los ciudadanos quienes deben crear la democracia con su participación, y eligiendo de mejor manera a sus autoridades.

Tal como se mencionó anteriormente, las naciones con un fuerte sentido de identidad patriótica suelen mostrar una mayor lealtad de sus ciudadanos hacia las instituciones del Estado (sistema de justicia, sistema político, fuerzas armadas). Esa lealtad genera seguidores sumisos, que permanecen fieles aun frente a la corrupción, lo cual resulta conveniente para el gobierno, pues asegura adeptos ciegos que no cuestionan.

En coherencia, la historia muestra cómo regímenes autoritarios han monopolizado estratégicamente el concepto de patriotismo, identificándolo con una adhesión incondicional a su proyecto político. Los casos de la Alemania nazi, la Italia fascista, la Unión Soviética y el Peronismo argentino presentan un factor común: la caracterización de la disidencia como traición a la patria y la apropiación exclusiva de los símbolos nacionales para fines de control político. Así, un grupo en el poder puede definir el patriotismo de manera restrictiva, vinculándolo al apoyo incondicional a su propia ideología, objetivos y políticas. Al monopolizar el patriotismo, cualquier oposición o crítica a las acciones del gobierno es etiquetada como desleal o incluso como traición.

Al delimitar lo que se considera patriótico, se cierran espacios para el debate y la participación ciudadana genuina. El adoctrinamiento para la no disidencia inicia desde temprana edad, obligando a los infantes a memorizar símbolos e himnos nacionales, así como narrativas históricas selectivas. Esta formación genera ciudadanos emocionalmente vinculados a una concepción particular de la nación, pero con capacidad limitada para cuestionar las acciones gubernamentales específicas. La internalización acrítica hacia ciertos valores, sumisión y conformismo político, homogeneización del pensamiento y rechazo al exogrupo, se conoce como pseudopatriotismo, fenómeno que se correlaciona con jerarquías sociales, e ideologías como el etnocentrismo, antisemitismo, fascismo y conservadurismo. El patriotismo es perjudicial porque, al incrementar el sentimiento de pertenencia a un grupo cerrado, hace probable el aumento del nacionalismo.

El nacionalismo es más nocivo porque genera división entre el endogrupo y el exogrupo; aunque se ha argumentado que fomenta la cohesión social, ésta solo se da dentro del endogrupo geográfico. El nacionalismo a menudo implica una percepción de superioridad nacional, por lo que el sentimiento de unidad se construye mediante la exclusión o denigración de otros grupos. Esta dinámica se observa en discursos políticos que culpan a migrantes por problemas económicos, crisis sanitarias o inseguridad ciudadana, creando chivos expiatorios que desvían la atención de problemas estructurales internos.

Este recurso también se manifiesta en los políticos que estratégicamente adoptan una imagen patriótica para ganar la simpatía del pueblo y manipular a las masas, aunque estos partidos “patriotas” no traduzcan sus palabras en un trabajo real por el país. Además, se utilizan discursos patrióticos con base en la xenofobia, lo que se observa en la política contemporánea, como los discursos del Presidente Donald Trump, donde retrata a los inmigrantes como «violadores, narcotraficantes e invasores» que «roban empleos», cuestionando la legitimidad de minorías como musulmanes e hispanos y movimientos como Black Lives Matter, tachándolos de «antiestadounidenses».

De esta manera definen como patrióticos y correctos a los que se encasillan en las ideologías establecidas. Quienes aprendieron a ser fieles, son capaces de hacer cualquier cosa por su patria; incluso existen casos en los que el patriotismo opera como un dispositivo psicológico que transforma el amor por la patria, en una causa por la cual vale la pena matar o morir. Sin este patriotismo rígido, las autoridades y grupos de poder no podrían convencer a los ciudadanos para que voluntariamente se expongan de esta manera.

En Guatemala no sirve de nada ser patriotas, ya que el patriotismo es vacuo, reducido a apoyar equipos de fútbol y a un performance de identidad: actos cívicos triviales, como alzas de banderas, desfiles, antorchas, bandas escolares, himnos y consignas. Vale la pena preguntarse de qué sirve ser patriotas en un país hundido en la corrupción, que muchas veces demuestra no ser merecedor de orgullo. Realmente ser patriota en Guatemala no significa poseer aquellos valores fundamentales que llevan a ser buenas personas, es una herramienta fácilmente utilizada para manipular a los otros. El patriotismo genuino es un sentimiento fuerte y bueno en esencia, pero maleable.

Lo más importante no es encontrar la definición correcta y minuciosa del patriotismo, sino ser conscientes de cómo lo expresamos; y cómo algo positivo, puede doblegarse en nuestra contra.

Jóvenes por la Transparencia

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