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A veces uno elige ser cobarde, a veces uno puede elegir ser héroe. Pero ¿puede el mendigo o la prostituta escoger, o la existencia es tan naturalista que, además del azar, existe la maldición y el fatum esperpéntico?

El compromiso y el elegir y comprometerse son tan importantes, tan claros y tan ciertos para Sartre, que en torno a ello no duda. Presenta esto como algo firme e inconmovible. Mi existencialismo es más sórdido, más naturalista a veces que el del autor de “Los caminos de la libertad”.

Si hay algo que diariamente me atormenta es no poderme acercar a un perfil de la naturaleza humana. ¿Cómo es la naturaleza humana? Los psicólogos la dibujan de cierta manera (muy seguros, muy ufanos) y los sociólogos (hundiendo al hombre en cieno comunal) diseñan una cartografía con mano firme y sin vacilaciones. Todos tienen pensamiento científico, objetivo, lógico. Dichosos.

Ciertos hombres ponen empeño y llegan a héroes ¿pero realmente escogieron serlo? Mientras otros lamen la bota, reptan por el fango y se llenan de excrementos hasta embadurnarse… Yo los observo. Yo soy un espectador como Ortega y me paso los días contemplando sus afanes, sus estertores, su desesperación por el premio de aldea o por el dinero, y su desconocimiento de todo. Encanecen, babeamos. Creen muchísimos conocer a Dios y haber descubierto el Bien en algún recodo de cantina irreverente.

Que porque Dios no existe, dice Sartre, que el hombre es libertad. Que porque Dios no existe el hombre no está determinado y puede elegir y todo le está permitido, aunque luego tenga que pagar por ello como en “El extranjero” de Camus.

Yo creo en algo aun peor: Ni Dios existe ni el hombre puede elegir en libertad. El hombre es un fantoche en el universo que rebota de aquí para allá, sin Dios, sin libertad, sin voluntad. Víctima de las circunstancias, víctima de los otros hombres, víctima de sus padres que no predican con el ejemplo.

El existencialismo ha sido tildado acremente de amargado y de desesperado y se ha dicho de él que no es humanista. El existencialismo en que yo creo es aún más barroco (¿o más romántico?) porque como en la creación de Valle Inclán (mucho por el camino de Ghelderode) el hombre es como un títere sin cabeza, en medio del vaivén del universo, donde parece que escoge su destino en libertad, pero donde más bien es meneado a voluntad de quien tiene más poder o de quien cercenó la libertad en el seno del hogar donde también se libra una batalla amarga.

 Algunos muy contados o muy esclarecidos (y casi siempre en la nata de la élite) pueden escoger ser héroes o ser prostitutas (aun cuando se escoja el mal siempre se es un elegido cuando se puede escoger). Pero no escoge el indígena ser analfabeto y carecer de todo. El indígena no tiene la libertad que Sartre pregona. Tienen libertad algunos personajes de “La Náusea” o Simone y Jean Paul mientras tomaban una taza de café y cognac en el Café de Flore.

Para mí el existencialismo también es un humanismo por mucho que destruya y exhiba las llagas de la condición humana, por naturalista y esperpéntico que sea es un humanismo. Porque sólo destripando y mostrando la pústula y furúnculo puede emerger finalmente el hombre. El hombre todavía no es un cable tendido entre el hombre y el superhombre. El hombre todavía está muy cerca del simio.

El superhombre sólo pudo caber en la cabeza del poeta, en la mente del atrabiliario filósofo. La libertad del hombre que se anhela en “Los caminos de la libertad”, es un sueño que los que romantizan ven como viviente. Yo, por el contrario, encuentro que la vida todavía es dolor, anhelo de ser y de encontrar al Ser. Un vaso traslúcido que se rompe cada vez que se acerca a la fuente del conocimiento. 

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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