El 28 de octubre de 2022 un agresor armado atacó a Paul Pelosi, esposo de la legisladora Demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de América de aquella época, Nancy Pelosi, con un martillo en la casa de la pareja en el vecindario de Pacific Heights en San Francisco, California. Paul Pelosi resultó gravemente herido. El sospechoso fue identificado como David DePape, un hombre de Berkeley de 42 años con publicaciones en las redes sociales, las cuales respaldan teorías de conspiración como QAnon y quien afirmaba que las elecciones de 2020 fueron robadas. Luego el intento de asesinato de Donald Trump el 13 de julio de 2024 mientras el presidente de los Estados Unidos daba un discurso durante un mitin político en un recinto ferial en Butler, Pensilvania. El sospechoso murió en el acto y nunca se supieron muchos detalles sobre su trayectoria y motivos. El 13 de abril de 2025, la casa del gobernador de Pensilvania fue objeto de un incendio provocado mientras él y su familia dormían en la residencia. Luego, recientemente, el 14 de julio del presente año, la congresista Demócrata Melissa Hortman de Minnesota y su esposo, fueron ultimados en su casa, por un asaltante que, a la vez, había atacado y disparado contra el senador estatal Demócrata John Hoffman y su esposa que sobrevivieron el ataque. Un ataque coordinado. Para terminar con esta secuencia triste de eventos, ayer fue asesinado Charlie Kirk, un conocido activista y director de Turning Point USA, un conocido grupo de acción con tendencia Republicana y gran simpatizante de Donald Trump. ¿Qué está pasando en Estados Unidos de América?
Al momento no se tiene certeza de quién es el asesino de Charlie Kirk, pero en las redes sociales y en los medios de comunicación ya se proclama que el atentado fue por un agente de la “izquierda radical”. A primera vista se escuchan irresponsables esas declaraciones, incluso por el Presidente Trump, porque no se ha atrapado al hechor de ese abominable asesinato, sino, además, porque no parece que haya sido por un “activista radical” sino por un tirador profesional que pudo escapar sin ser detectado y que con un solo tiro a 200 metros de distancia dio fin a la vida del conocido activista. Pero más que envolvernos en el posible responsable del asesinato, lo que creo que merece atención es el fenómeno que se muestra, tras bambalinas, en el ambiente político de EE. UU. y las democracias avanzadas: la polarización extrema de la sociedad y el ascenso de la violencia política.
Uno de los principios más fundamentales en las democracias avanzadas es el respeto a la libertad de expresión. La conquista de ese Derecho Humano es fundamental en la sociedad actual y es un precursor básico de la vida democrática. Sin libertad de expresión no hay posibilidad de debatir ideas y de persuadir a las personas posturas en materia económica, social y política. El conocimiento tampoco puede diseminarse sin la libertad de expresión. Los regímenes represores y las dictaduras, por lo general, siempre atacan la prensa y a los formadores de opinión porque lo que buscan es el “discurso único” y evitar el disenso y visiones contrarias que son normales en toda sociedad donde existe libre circulación de ideas. La represión de la libertad de expresión es una constante en regímenes liderados por líderes autoritarios, sean de izquierda (Maduro y Xi Jinping) o derecha (Bukele, Orban y Putin). Aquí nuestra historia, incluso la reciente, atestiguan los embates de la represión del periodismo y a la libre circulación de ideas.
Ahora bien, el fenómeno de lo que ocurre en EE. UU, y en otras sociedades modernas, en donde las redes sociales están exacerbando la polarización, es meritorio de estudio. Es conocido ahora que los algoritmos de las redes sociales filtran contenido hacia las posturas por las cuales uno se decanta y eso ha contribuido a un creciente incremento de la polarización política por “sesgo de confirmación”. Eso ha llevado a que se creen extremos artificialmente, esos extremos no se escuchen, sino que se lancen ideas que se “cruzan” entre sí, sin ser nunca analizadas y autocriticadas. Los extremos se exacerban y se gritan que son “radicales” entre sí. Es una enfermedad de nuestros tiempos. La libre circulación de ideas es fundamental para una sana democracia, pero algo está mal.
Si bien la libre circulación de ideas es fundamental para la vida en democracia también hay que tener discernimiento que con el auge de las redes sociales, las sociedades pueden ser infectadas con tácticas de desinformación por actores malignos y rivales en el espectro geopolítico, así como también en el ambiente local. Así, por ejemplo, en la Guerra Fría, el uso de las tácticas de desinformación, por los extremos en pugna, EE. UU. y la Unión Soviética eran comunes. Pero lo siguen siendo a nivel internacional en este mundo multipolar. Existen estas tácticas entre actores en pugna, EE. UU., Rusia, China y otros actores buscan influir en la percepción popular avanzando mensajes en la sociedad de forma “artificial”. Es conocido que existen “troll farms” y “netcenters” donde se manipula la opinión pública por medio de miles de miles de usuarios de redes sociales controlados por agencias de inteligencia, gobiernos y actores privados que quieren imponer mensajes y narrativas que avancen sus agendas. En el ámbito local, lo mismo ocurre, actores políticos tratan de manipular la opinión política en redes sociales ¿Será que alguna vez hemos sido objeto de estas tácticas coordenadas de “agenda setting” o de influir en la percepción de la realidad? Analicémonos.
Lo cierto es que los líderes de un país, nunca deben inflamar las divisiones que existen, máxime cuando estas pueden ser creadas artificialmente para poder afectar el orden social. La libertad de expresión es crucial, pero también debe ser ejercida con responsabilidad. ¿Debe haber un límite entre libertad de expresión y la diseminación de discurso inconveniente por razones de salud pública o porque incita el odio? Difícil pregunta. En el Derecho Internacional se ha visto, por ejemplo, que el discurso de odio con incitación a la violencia contra grupos étnicos, puede ser no sólo censurado, sino también objeto de persecución penal (ver caso Ruanda), pero fuera de estos casos propugno que la libertad de expresión se combate con mayor libertad de la misma, con información y por medios que apelen al raciocinio y no a la violencia del contrario. Otra arista importante del tema es el tema de la importancia de la salud mental, que en EE. UU. y otras sociedades modernas, cada vez se demuestra que existen afectaciones importantes en la psique de la población. En todo caso concluyo que, los temas de la libertad de expresión, la polarización política, la violencia emanada de ella, la diseminación intencionada de propaganda y desinformación y el cuidado de la salud mental son temas que como sociedad debemos ir tomando más en serio, porque la demonización del otro que piensa distinto, la ridiculización del discurso del contrario, la falta de autocrítica y el descuido de la salud mental por parte de los gobiernos únicamente llevará a la destrucción de la fe en la democracia y en el proceso político mismo, y eso llevará a la violencia inevitablemente si los cauces democráticos no “permiten” avenidas para resolver disensos de pensamiento. Debemos reflexionar sobre ello