Autor: Hugo L. Camey Castellanos
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En Guatemala, la ética y la integridad en el ejercicio de la función pública han sido históricamente valores escasos y profundamente apreciados cuando se encarnan en ejemplos concretos. El paso de Lucrecia Hernández Mack por cargos públicos constituye uno de esos ejemplos; su trayectoria demostró que la política puede convertirse en una herramienta para construir y no para saquear, logrando involucrar a sectores de la población que antes veían el poder con desconfianza.
Durante su gestión como ministra de Salud, Hernández Mack afirmó que “solo mejorará la salud cuando se extirpe la corrupción”. Esta declaración lejos de ser un eslogan, expresó una verdad elemental: cada acto corrupto en el sector de la salud tiene consecuencias directas en la vida de las personas. Para la Doctora Lucrecia los fondos desviados no representaban cifras, sino enfermedades no tratadas y muertes evitables, e insistía en que la salud no es un chiste; cuando el gobierno expulsó a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala -CICIG-, su renuncia fue un gesto de coherencia que reafirmó una brújula ética bien calibrada.
Uno de sus legados más significativos fue precisamente mostrar con ejemplos y expresar con claridad aquello en lo que creía: “hay que tener bien calibrada la brújula ética”. Esta frase no solo fue un lema personal, sino una invitación a quienes se acercan a la política para que antes de actuar se pregunten si sus decisiones y acciones realmente contribuyen al bienestar colectivo, promueven la justicia y fortalecen la confianza de la ciudadanía en las instituciones
Pese a los ataques políticos y cuestionamientos –fue citada más de cien veces al Congreso, en poco tiempo– respondió con transparencia y firmeza, y cuando las citaciones se transformaron en caricatura política, contestó con igual franqueza: “Sí, es un chiste”. Desde el Congreso impulsó leyes orientadas a disminuir brechas sistémicas y acercar el Estado a quienes más lo necesitan, como la atención integral del cáncer, la seguridad alimentaria, las farmacias públicas y seguros temporales frente a emergencias.
Si tradicionalmente la política se ha percibido como un espacio de poder malintencionado de saqueo y de exclusión de las mayorías, el ejemplo de Hernández Mack ayudó a modificar esa narrativa; mostró que la función pública puede ejercerse con principios, enfoque social y visión de futuro, encendiendo una chispa de esperanza en amplios sectores ciudadanos. Gracias a sus acciones, participar en política dejó de ser visto como un esfuerzo inútil y se convirtió en una apuesta por construir un país digno.
Más allá de sus logros concretos, su práctica marcó un cambio de época: política con integridad, con corazón y alineada con la ciudadanía. Aunque su paso por la función pública fue breve y su vida terminó demasiado pronto, las semillas que dejó continúan germinando. Hoy varios de los proyectos que impulsó siguen su curso: la ley integral contra el cáncer ya es decreto y se proyecta un hospital especializado que llevará su nombre. Incluso cuando las personas ya no están, su ética y su ejemplo pueden seguir transformando.
La figura de Lucrecia Hernández Mack sintetiza el deber ser de la función pública: una labor anclada en principios, orientada al bienestar de la sociedad, con visión de futuro y sobre todo, con capacidad de despertar el interés de la ciudadanía en la participación política. La “brújula ética bien calibrada” que promovió no fue solo una frase emblemática, fue y continúa siendo un manifiesto político y un referente para quienes aspiran a ejercer la función pública con integridad.