Estuardo Gamalero
“No existe peor tiranía que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia.” Montesquieu
Guatemala es una nación pequeña y frágil en comparación con muchos países del mundo. ¿Necesitamos del apoyo de otras naciones para fortalecer nuestras instituciones? Claro que sí. ¿Solucionaremos nuestros problemas, debilitando nuestras instituciones? Estoy convencido que no. ¿Tenemos que combatir la pobreza? Definitivamente. ¿Cómo? Generando estabilidad jurídica, atrayendo inversiones, motivando el trabajo formal. ¿La corrupción abarca todos los estratos? Sin lugar a dudas sí. ¿Es correcto combatir una enfermedad social pisoteando la soberanía y la independencia de los organismos del Estado? No, de la misma manera que por principio el “fin no justifica los medios”.
Hay gente inescrupulosa (de todas las nacionalidades) experta en inventar conflictos, construir enemigos, incentivar aliados y manipular las crisis para “según ellos” salir en caballo blanco o posicionar los intereses que representan. Lamentablemente, esas personas encubren sus medidas en cuestiones ideológicas, apelando al resentimiento y odio de clases.
Por un lado: los que dicen que la culpa de todos los males es de la “Oligarquía” y definen como oligarcas a cualquiera que tiene dinero o propiedades (si tiene mucho es muy oligarca, si tiene regular es medio oligarca). Por otro lado: aquellos que atribuyen el subdesarrollo del país a la incapacidad de las propias comunidades para solucionar por si mismos los problemas de la gente pobre. En mi opinión, ambos extremos estúpidos sólo sirven como pólvora en una guerra ideológica que muchos insisten en mantener a través de la conflictividad social, pues viven de ella.
Cuando me refiero a “gente inescrupulosa”, incluyo en el concepto a cualquier civil o político, que directa e indirectamente manipula (para fines particulares) el ambiente social, jurídico, económico y político de una Nación.
Por supuesto que lo anterior, no desvanece o minimiza problemas reales como: pobreza, desigualdad de oportunidades, desnutrición, falta de trabajo, inseguridad, ausencia del Estado, corrupción, impunidad, crimen organizado, carencia de medicinas y hospitales, sometimiento, economía informal, contrabando, privilegios ilegales, extorsiones, narcotráfico, trata de personas, prostitución infantil, inmigración, maras y muchas cuestiones más.
Pero los problemas anteriores se complican aún más, cuando a través de marionetas se ocupan instituciones, se promueven leyes inútiles y se debilitan las realmente necesarias.
La política sin principios, es sin lugar a dudas un juego de títeres, en el cual alguien de mayor poder e influencia intenta manejar las cuerdas de las marionetas. El sueño de las marionetas es llegar a controlar otras marionetas. Su pesadilla tarde o temprano, es darse cuenta que no pueden romper las cuerdas con las que ellos mismos se ataron.
A partir del descubrimiento de América, el modelo bajo el cual las grandes potencias conquistaron nuestros territorios y a sus pueblos originarios, se arraigó en la arrogancia de las Monarquías de aquellos años, e incluso en el forzoso crecimiento de la Fe.
Para efectos de esta columna, deseo simplificar el vocablo “conquista”, haciendo referencia al acto de dominación que un Estado o una persona ejerce sobre otro más débil o incapaz de defender su independencia, su soberanía y sus instituciones.
Dicho en otras palabras: a nosotros continúan conquistándonos y la razón por la cual todos parecemos veletas mudas, es porque a lo largo de la historia y los eventos, hemos callado o consentido, según nos convenga para qué lado apunte el conquistador.
En esta época, muchas de las conquistas de las grandes naciones sobre las pequeñas, se dan en nombre de la Democracia, de los Derechos Humanos, la erradicación de la pobreza e incluso como un combate al fenómeno de la corrupción.
La gran pregunta que me hago (con algún complejo de inferioridad) es: ¿aquellos que nos desean conquistar imponiendo sus reglas y supuestas soluciones, lo hacen realmente con el interés de ayudarnos a solucionar nuestros problemas; corregir los de ellos; o simplemente tener el control del “status quo»?
La pregunta es intensa y las respuestas infinitas. Lo que sí es cierto, es el contra sentido que mucho de lo que se intenta combatir en este país es el modus vivendi de varias de las grandes naciones. Por ejemplo: ¿Qué diferencias de fondo hay entre los candidatos que están embaucando al pueblo norteamericano para las próximas elecciones y los que participaron en las nuestras? Y por mucho que repaso mis notas, veo más similitudes que diferencias entre los dones y las doñas de allá con los de acá.
Otro caso podría ser, el de varios países de la comunidad europea que se encuentran en una fidedigna quiebra económica, tráfico de influencias y socialismos fracasados, tratando de imponer en nuestros países (a través de sus embajadores e instituciones) varias de las políticas y procedimientos que hundieron en corrupción a sus Repúblicas, pero que quizás a través de ellas le dan de comer al enorme aparato burocrático que ellos mismos crearon.
Concluyo con el cinismo de aquel chiste “ochentero”: “(…) mejor no le declaremos la guerra a las grandes naciones, pues no vaya a ser que con la suerte y lo valientes que somos: se la ganamos y después nos toque mantenerlas”.