Estos expresidentes, Jorge Serrano Elías, Alejandro Giammattei Falla y Jimmy Morales Cabrera, todos fariseos. Quienes desde la ley mosaica se han caracterizado, son una secta y una clase, que supuestamente observa rigurosa y formalmente la ley, pero en realidad han fingido siempre rigor, formalismo y austeridad y no cumplen correcta y adecuadamente con las leyes.
En la antigüedad se les tenía como taimados e hipócritas. Hoy día la connotación del concepto casi no ha variado y en todas las sociedades modernas, en todas las clases sociales y en todos los grupos humanos encontramos a este tipo de seres que son despreciables por su falso puritanismo y su fingido compromiso de pretender respetar, cumplir y hacer que se respeten y cumplan las leyes, pero que interna y externamente, con sus actitudes y forma de vida desdicen mucho de su prédica moralizadora y su pretendida posición de censores de la conducta.
Los fariseos han incursionado cual plaga en todas las sociedades desde la antigüedad. Juan El Bautista, les llamó raza de víboras y en todo el curso de los Evangelios establecemos que los fariseos aborrecen el poder y la bondad de Jesucristo; incluso cuando Jesús hizo ver a un ciego y hablar a un mudo que estaban endemoniados, los fariseos dudaron del milagro y le calumniaron diciendo de ÉL: «Este no echa demonios sino por el poder de Belcebú, príncipe de los demonios». En Mateo 12, versículos 31 al 36, se recoge la blasfemia de los fariseos y la maldición que Jesús echó sobre ellos al decirles: «¡Raza de víboras! ¿Cómo podéis vosotros decir cosas buenas siendo malas? . . . El hombre bueno, de su buen tesoro saca cosas buenas; pero el hombre malo de su mal tesoro saca cosas malas«.
Los fariseos son hipócritas, embusteros, calculadores, blasfemos, tiran la piedra y esconden la mano. Dan la falsa apariencia de probos, dignos y honorables. Predican moralidad y justicia para que otros las cumplan, pero cuando a ellos les ha tocado ejemplificarlas e impartirles y se les reclama en algo sus actitudes, aducen que lo están haciendo rigurosa y objetivamente, que su sapiencia es la correcta, que su verdad es la verdad absoluta. Los fariseos son los rastreros de la gloria personal y los roedores de la popularidad mediocre. Los fariseos predican un falso dogmatismo y pretenden imponer «su verdad». No les importa la verdad de otros sino la de ellos, porque es su hipocresía interna y su falsa creencia en una rigurosidad aparente, en una virtud periférica y en un discurso falaz y efímero.
Los fariseos son los hipócritas, como dijo José Ingenieros nos describe en su libro, «El Hombre Mediocre», como «aquellos que profesan las creencias de fe más provechosas, su religión es una actitud y no un sentimiento y bailan en compás distinto del que marcan los mandamientos«. Los fariseos son falsos y mojigatos como Tartufo y su moral. Predicaban ayer su independencia y llegaron a posiciones de poder precedidos de acuerdos, tretas, marrullerías, pretendidos consensos y mil mañas partidarias, y cuando no logran mantenerse en esas posiciones, censurar acremente a quienes logran desplazarse.
El fariseo es el aprovechado de la ocasión y de la circunstancia histórica, política, económica o social; pero de todas ellas lo que busca y espera, es obtener un provecho monetario, un beneficio financiero. Busca las lentejas, el placer y el reconocimiento de una colectividad engañada con sus falsas ideologías y sus concepciones desmoralizadoras. Es el arquetipo del moralista, del paladín de la decencia y la justicia. El prototipo del realizador de sueños, pero de sus egoístas sueños, convertidos en la realidad para él, en la abundancia de las monedas y de los lujos, en el estruendo del aplauso y la popularidad.
Estos fariseos al igual que los cínicos, son culpables de la crisis moral en que se halla inmerso el hombre. El cínico por su parte es indiferente, inmoral, insensible, desfachatado, burlón, sarcástico, desvergonzado. El fariseo es taimado, calculador, hipócrita, rastrero, falso predicador y un gran cínico.
En Guatemala, el fariseo abunda en la política, en las religiones, en el ámbito de la Justicia, en el campo del Derecho, de la Economía y las Finanzas, y en otras ciencias, campos y disciplinas del quehacer humano. Y nuestros fariseos han logrado ubicarse y ocupar posiciones de falso prestigio, precedidos de una imagen distorsionada, de una vida carente de una auténtica verdad y de un indudable reconocimiento a los valores del hombre y al valor consustancial de las instituciones.
Ayer no declinaban los favores de la componenda sectaria que les llevaría a la altura de las posiciones de poder y mando nacional. Ayer pactaron y negociaron, triunfaron y se jactaban de su habilidad, celebraban la victoria de la argucia y de los compadrazgos político‑partidarios. Luego, cuando la suerte en alcanzar posiciones les es adversa, echan mano de los recursos trillados del rígido formalismo y de la observancia inmaculada, clara y precisa de principios morales, legales y jurídicos que ayer soslayaron y dejaban por un lado, porque no eran del todo encajables en sus personales y venales intereses. Y hoy predican lo contrario y reniegan sobre actos, acciones y omisiones que ayer ellos mismos alimentaban, alentaban y ejercitaban.
¿Creerán en verdad estos fariseos en la DIGNIDAD, la SOLIDARIDAD y la JUSTICIA?
¿Encajarán estos fariseos y aquellos cínicos dentro de estas realidades que buscamos y aquellos valores que hemos perdido? (CONTINUARÁ)