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En Guatemala, la política ha dejado de ser un ejercicio de ideas, de convicciones y propuestas para convertirse en una competencia de algoritmos, egos y bots. Lo que antes se debatía con argumentos, hoy se viraliza con frases vacías, memes sin contexto y videos que apelan más al ridículo que a la razón humana.

La campaña política anticipada que protagonizan ciertos “politiqueros” no solo viola la Ley Electoral y de Partidos Políticos, sino que además celebra la estupidez como estrategia de posicionamiento. Lo lamentable es que muchos internautas aplauden estas incoherencias que dejan mal vistos a los partidos políticos y sus correligionarios.

Esto lo podemos comprobar cada día que pasa. Los politiqueros suben su “propaganda barata”, la cual no es más ni menos que un golpe para el ciudadano, porque estos “personajes” no saben cuál es su papel en una democracia y en vez de buscar desarrollo para el país. 

En una democracia funcional, el político es un constructor de ciudadanía, un defensor del bien común y promotor de desarrollo, no un “payaso” como suele verse en las redes sociales. Es un representante legítimo del pueblo, investido para servir, rendir cuentas y construir futuro. Sin embargo, en Guatemala, esta figura suele diluirse entre clientelismo, opacidad y simulación institucional.

La figura del político ha sido reducida a una caricatura, esa persona que aparece cada cuatro años con promesas recicladas o de esas “estupideces que se aplauden o se critican a morir. El político que no llega a las comunidades y no dialoga con la población y no se incomoda ante la desigualdad no representa, usurpa una función que ni él mismo entiende.

Los políticos no se han formado, se han tirado al agua tratando de llegar a un puesto que le queda muy grande porque los partidos políticos carecen de formación política. El político que no fiscaliza, que calla ante la corrupción, que se acomoda al poder, se convierte en cómplice por omisión.

Pero hay una traición más preocupante, más profunda y es que el nuevo político no educa, usa un lenguaje vulgar y burdo. En un país donde la democracia aún se tambalea, donde el pensamiento crítico es incómodo y la participación ciudadana se castiga, el político tiene el deber de formar ciudadanía. No con discursos vacíos ni campañas de marketing, sino con pedagogía política, con transparencia, con apertura al debate.

El desarrollo no se decreta. Se construye desde abajo, fortaleciendo capacidades locales, invirtiendo en educación técnica, defendiendo lo público y reconociendo la diversidad territorial. Hoy más que nunca, necesitamos políticos que incomoden, que se incomoden, que se atrevan a romper el molde. Porque en una democracia real, el político que no educa, traiciona. Y el que no transforma, sobra.

En este país los políticos se aprovechan de la falta de educación de muchas personas para tratar de meter sus “paupérrimos mensajes” que son deficientes o de muy baja calidad porque es un contenido lamentable, carente de sustancia, y posiblemente ofensivo para la inteligencia colectiva.

Existe una frase que será recordada por generaciones y que dice: “la ignorancia es la riqueza cultural de nuestro pueblo”. ¿Qué mensaje se transmite cuando se romantiza la falta de acceso a la educación como si fuera un valor nacional? ¿Qué tipo de liderazgo se construye sobre la exaltación de la ignorancia?

Estos contenidos no surgen de la espontaneidad. Detrás de cada publicación hay una maquinaria de bots que inflan cifras, simulan apoyo y distorsionan la percepción pública. Lo que se viraliza no es lo valioso, sino lo ruidoso. Y mientras tanto, el TSE observa, pero no actúa. ¿Dónde están las sanciones? ¿Dónde está la aplicación del artículo 94 de la Ley de Partidos Políticos, que prohíbe expresamente la campaña anticipada?

El Tribunal Supremo Electoral (TSE), que debería ser garante del orden democrático, ha optado por el silencio. Pero qué podemos esperar de un “puñado” de magistrados que son liderados por una de las peores funcionarias electorales que hemos tenido, sumergida en escándalos y en actos poco transparentes que solo buscan su beneficio personal y el de su familia. Sí estimado lector se trata de Blanca Alfaro.

Aplaudir la estupidez tiene consecuencias. Normaliza la mediocridad, debilita el pensamiento crítico y erosiona la democracia. Si el debate político se reduce a likes y retuits, ¿qué espacio queda para la verdad, la ética y la propuesta?

Es momento de exigir más a los partidos políticos. De que el TSE cumpla su función y sancione a quienes violan la ley. De que los ciudadanos apaguen el ruido y enciendan el juicio. Porque si seguimos celebrando la estupidez, pronto no quedará espacio para la inteligencia.

Marco Tulio Trejo

mttrejopaiz@gmail.com

Soy un periodista y comunicador apasionado con lo que hace. Mi compromiso es con Guatemala, la verdad y la objetividad, buscando siempre aportar un valor agregado a la sociedad a través de informar, orientar y educar de una manera profesional que permita mejorar los problemas sociales, económicos y políticos que aquejan a las nuevas generaciones. Me he caracterizado por la creación de contenido editorial de calidad, con el objetivo de fortalecer la democracia y el establecimiento del estado de derecho bajo el lema de mi padre: “la pluma no se vende, ni se alquila”.

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