El proyecto de reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos propuesto por el Tribunal Supremo Electoral ya había dejado un gran déficit en cuanto a los requerimientos de la Plataforma para la Reforma del Estado y de la sociedad civil, no digamos lo que dejó finalmente la Corte de Constitucionalidad, que eliminó tanto lo relativo a la reelección como a la posibilidad de elegir diputados por medio de comités cívicos distritales. Con lo que dejaron, que son migajas, se están llenando la boca los diputados respecto a la posibilidad de transformar nuestro sistema político a través de tales reformas cuya parte medular ha terminado siendo la de asignación de cuotas para asegurar condiciones de paridad en tema de género y posiblemente con relación a nuestra diversidad cultural y racial.
Pero resulta que en el Congreso ni siquiera respecto a esas migajas se ponen de acuerdo y entrampan la discusión de manera maliciosa para evitar que se pueda llegar a la aprobación de ese muy modesto pliego de reformas, lo cual demuestra que para los llamados representantes del pueblo ese mismo pueblo importa menos que un pepino y les viene del norte la demanda que puedan hacer distintos sectores de la sociedad.
Algunos analistas insisten en que “del lobo un pelo” y que es mejor promover estas reformas, aunque sean tan escuálidas, porque las mismas son vistas por ellos como “un primer paso” que habrá que consolidar con otro paquete de reformas más profundas en el futuro. Nuestra tesis es totalmente contraria a esa peregrina idea porque estamos seguros que el Congreso y la Corte de Constitucionalidad, a saber si no con la complicidad del Tribunal Supremo Electoral, pactaron un proyecto de reforma que no cambia nada en lo sustancial porque deja intacto el sistema de elecciones por planilla postulada exclusivamente por partidos políticos que no tienen mecanismos internos democráticos, y tampoco se aborda a profundidad y con seriedad el tema del financiamiento de las campañas, elementos clave para aspirar a un modelo político no sólo más representativo sino, además, menos corrupto.
Entendemos la ilusión que plantea el intenso debate sobre la paridad de género, que nosotros apoyamos plenamente porque la acción afirmativa se impone cuando hay tanta discriminación y marginación, pero no podemos tragarnos la píldora de que con ese cambio le dimos caravuelta a nuestro modelo político. Por el contrario, vemos esa píldora como el dulce que ponen en la boca de algunos sectores para que puedan tragarse, sin asco, todo el resto que es porquería.