0:00
0:00

En las mañanas frías, justo al amanecer, caminábamos con papá de la casa a la piscina del pueblo. Eran vacaciones escolares. Nuestra breve caminata por las pacíficas calles del Quezaltenango de mediados del Siglo pasado, así se llamaba: Quezaltenango, cruzaban un humedal, una zona que le llamaban la Ciénaga, un lugar de cultivos en donde se encontraba lo que la gente de entonces llamaba «nacimientos» de agua. Había al menos dos zonas de agua clara que se acumulaba en una especie de poza, no pozo, poza, donde a veces había gente bañándose a pleno aire libre. Siempre quise saber qué se sentía estar de madrugada en calzoncillo bañándose en esa hermosa poza de agua tibia, hermosa.

El agua parecía brotar, salir, nacer del suelo. Alrededor de esa poza todo era verde, verde, verde, como escribía Asturias en su libro Hombres de Maíz. El manantial estaba lleno de hermosos helechos, musgo húmedo que se ordenaba caóticamente, del que se usa para adornar los nacimientos de diciembre. Ya luego aprendí que el agua realmente no «nace» en ese lugar, no. Más bien, hay un acuífero de agua subterránea, una especie de depósito de agua que descarga excedentes de agua a la superficie. Quien iba a creer que el agua que se encapsulaba en el acuífero venía de aquellos impactos meteóricos de asteroides con hielo que se habían formado hace miles de millones de años, en las cercanías del Big Bang en el origen del Universo, habían vagado por el espacio hasta encontrar a la Tierra, nuestra bella Tierra que entonces aún se formaba.

La Ciénaga era, y es, el lugar donde están las piscinas municipales que llevan el nombre de Danilo López, el nadador guatemalteco, primer centroamericano, que cruzó a nado el Canal de la Mancha que se encuentra entre Francia e Inglaterra. Danilo López nadó esos 35 kilómetros de agua helada en 1965. Su entrenamiento lo hizo en el bello Chirriez de Quetzaltenango, nombre del balneario, como emulando algún chorro. Según los estudios hidrogeológicos del lugar, esta zona está encima de un acuífero libre, una especie de recipiente que guarda el agua tal palangana geológica, cuya parte más baja está en la zona 2 de la ciudad altense. La ciudad de la actual Quetzaltenango fue habitada por los Mames quienes llamaban al lugar Culajú que significa Garganta de Agua, queriendo decir que era un lugar receptor de agua, de escorrentía, de transferencia de agua, tanto superficial como subterránea, porque ríos también existen en el subsuelo, ríos que pueden o no recargar acuíferos, zonas de depósitos de agua.

Independiente del origen geológico del acuífero, cuando éste está formado y tiene suficiente agua puede ser utilizado y de hecho se usa por los seres humanos. Así, Quetzaltenango, la segunda ciudad de Guatemala, depende del agua subterránea en un 70%, o sea casi toda el agua de la ciudad viene de pozos que penetran a los acuíferos, el otro 30% viene de agua transportada desde aldeas de San Juan Ostuncalco, Varsovia y Monrovia, donde la municipalidad de Quetzaltenango compró «nacimientos» de agua que al final se forman de agua de acuíferos de esa región.

Los ríos superficiales se aprovechan poco debido a que el agua que transportan es realmente contaminada. Así que Quetzaltenango depende totalmente de agua subterránea. Esa historia se repite en el país de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, zonas rurales que alimentan ciudades codependientes que no cuidan el agua. La historia está marcada por la inequidad y la injusticia ya que estas áreas rurales producen el agua en sus zonas de recarga hídrica, bosques, pero muchas veces, paradójicamente, no tienen agua para sí mismas. El agua la transportan a la ciudad que es una plancha de cemento que no permite la recarga del manto freático, un efecto colateral negativo del llamado desarrollo urbano que distorsiona el ciclo del agua.

El agua subterránea es fundamental para la vida de plantas, animales y seres humanos. La economía depende de agua para sus procesos productivos, sin embargo, la tendencia actual es el sobreuso de agua subterránea debido a un manejo inadecuado, esto es, desperdicio, contaminación por aguas negras o por actividades industriales o mineras. De ahí la urgencia de cuidar el agua subterránea. Pero antes de cuidarla hay que conocerla, hay que conocer dónde y cómo se encuentra el agua subterránea porque no se puede cuidar lo que no se conoce. Ese es el trabajo de hidrogeólogos, de científicos y tecnólogos, incluyendo ingenieros, que documenten mapas del agua subterránea, que informen sobre su calidad y su dinámica, su abundancia o su escasez.  Sin esos estudios no podremos cuidar el agua. Para hacer esos estudios están las universidades, para eso sirven, no para sostener politiqueros, manipuladores, usurpadores, mentirosos y ladrones, que de ciencia no saben nada, mucho menos producirla.

 

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

post author
Artículo anteriorUn lance con un nuevo libro
Artículo siguienteLa educación como el futuro que aún podemos escribir