El Eclesiastés es un relicario lleno de tesoros de sabiduría condensada. No podía ser de otra forma siendo que su autor es el sabio más grande de todos y lo escribió en sus años de madurez. Es un libro pequeño comparado con los otros 46 del Antiguo Testamento; tiene apenas 12 capítulos, algunos muy breves. Me quiero referir al último de esos 12 capítulos, que aconseja: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes de que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: no encuentro placer en ellos”. Poco más adelante repite, con conceptos bastante místicos, casi esotéricos: “Acuérdate de tu Creador antes de que se rompa el cordón de plata y se quiebre la vasija de oro y se estrelle el cántaro contra la fuente y se rompa la polea del pozo” (realmente frases muy interesantes, para analizar en otra ocasión).
El autor, Qohelet, “el Maestro”, nos exhorta a tener presente a Dios en los años de juventud. Pero no recomienda lo mismo a los adultos, ejemplo de ello sería: “recuerda a tu Creador en los días de tu vejez”. Pero no. No hace falta, conforme avanzan los años nos vamos acordando más del Creador.
Por una parte afloran los achaques y, por otro lado, somos conscientes del inevitable encuentro que cada día es más cercano. Por el contrario, la juventud es la primavera soleada de la vida. Nos rodean las flores que emergen y exhalan sus fragancias, los ríos que fluyen, los pájaros que cantan, el sol brilla en medio del cielo azul; la sonrisa del ser amado se refleja en nuestros ojos. ¿Quién va a pensar en las hojas rojas y ventiscas de otoño o las blancuras heladas del invierno? ¿Quién va a pensar en las arrugas y en enfermedades? Los deleites de la juventud no dejan espacio para ponerse a filosofar sobre aspectos profundos de la vida, de recrear esos momentos difíciles en que uno mira al cielo y ahí sí, nos “acordamos del Creador”.
Algo se parece al precepto hebreo-cristiano que impone honrar a los padres, pero en ninguna parte aparece mandato de honrar a los hijos. Es que ello es natural. Los padres aman con su vida a los hijos, no hace falta recordarlo. Lamentablemente algunos hijos no honran a sus padres (por eso el cuarto mandamiento); de igual forma los jóvenes viven en su burbuja de suficiencia y felicidad sin pensar en el Ser supremo (por eso el recordatorio de Qohelet). “¡Juventud divino tesoro!” Pero cuando esa juventud se va escurriendo “para no volver”, es cuando empezamos a contemplar la vida con otra perspectiva. Es que los ojos de los jóvenes reflejan fuego y los de los viejos reflejan luz. Los años nos van enseñando la fugacidad de la vida: “es un soplo la vida, que veinte años no es nada”. La primavera durará lo que tarda en llegar el verano y éste durará lo que tarde en llegar el otoño y este otoño “lo que tarda en llegar el invierno”.
Viene a cuento lo anterior porque en estos días he adicionado un año más de vida. Es el día de “mi Santo”, como antes se acostumbraba en una especie de suerte (algo parecido al Tzokín maya), encomendar al recién nacido al santo del día. Por lo mismo sigo avanzando, haciendo camino, y cuando vuelvo la vista atrás veo “la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Y mientras más me acerco al final más celebro poder respirar y admirar la obra del Creador. Por lo mismo aprecio cada día, cada minuto, cada segundo. Gozar cada día en su exacto valor. Como recordaba un Evangelio reciente cuando Jesús reprende a la hermana: “Ay Marta, Marta, te preocupas de tantas cosas y una sola es importante”.
Estaba viendo un WhatsApp de estos días, se celebran los 95 años de Clint Eastwood, quien recomienda llevar una vida de lujo, pero no el lujo derivado de mansiones ni veleros, ni joyas ni pulseras, ni carros de lujo ni cuentas bancarias; dice el célebre actor que “lujo son risas y amigos, lujo es no estar enfermo, lujo es la lluvia en la cara, lujo son los abrazos y besos”. Nos insiste en que no hay que buscar el lujo en tiendas, en regalos, no los busques en fiestas, ni en eventos. “Lujo es que la gente te quiera, lujo es que te tengan respeto, lujo es que vivan tus padres, lujo es poder jugar con tus nietos, lujo son esas pequeñas cosas, que no se pueden comprar con dinero”. Estoy totalmente de acuerdo con el vaquero en que debemos llenar los días de lujos, pero no de oropel ni de espejismos, de verdaderos lujos: “lujo es ir a misa el día de tu cumpleaños, por mis propios medios, acompañado de mis hijos y nietos; lujo es contemplar el limonar que brotó de una semilla que mi padre le regaló a mi hijo quien luego la sembró en el pequeño patio; lujo es disponer de una tarde tranquila para compartir con la compañera de vida y leer a Irene Vallejo, Arturo Pérez Reverte o John Grisham”.
En mi reflexión sobre la vida humana me viene a la mente el Romance Sonámbulo donde García Lorca repite: “verde que te quiero verde” siendo que el verde simboliza tanto la vida como la muerte; en otras palabras, el verde es expresión de vida, como el despliegue de toda la naturaleza, pero donde hay vida también está la muerte. Verde que te quiero verde.
Ya dije que adiciono una vuelta completa al sol, pero no les digo cuántas llevo. Eso averígüenlo en el Renap. Gracias a quienes me felicitaron, aunque haya sido por recordatorio de las entrometidas redes sociales.