Autor: Gabriela Sosa Díaz
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En pleno 2025, los efectos de la canícula no solo se miden en grados centígrados; se miden en ollas vacías y cosechas perdidas. En Guatemala, este fenómeno climático que inició el 15 de julio y se extiende hasta el 10 de agosto de 2025, según información por el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala –Insivumeh–, está afectando gravemente los medios de vida de miles de guatemaltecos, con especial repercusión en las mujeres rurales del corredor seco.
No hablamos de estadísticas aisladas. El Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación –MAGA–ha identificado en su plataforma de monitoreo 320 municipios en donde la falta de lluvia supera a la del año anterior. Allí, mujeres que lideran hogares y siembran maíz o frijol han visto cómo su trabajo – alimenta tanto a sus familias como a los mercados locales– se pierde bajo el sol.
Según estudios comunitarios, las mujeres producen hasta el 80% de los alimentos en el campo, pero controlan menos del 20% de la tierra, limitando su capacidad para responder con resiliencia ante fenómenos climáticos. Esta desigualdad no es solo injusta, también es contraproducente: cuando los pozos se secan y los cultivos se marchitan, ellas son las primeras en reorganizar la economía de sus hogares, vendiendo lo poco que tienen para mantener a flote a su familia.
Algunas lideresas comunitarias están organizando fondos de ahorro, rescatando semillas tradicionales y construyendo redes de apoyo. Han aprendido a resistir, pero no pueden, ni deberían hacerlo solas.
Para el sector empresarial, que observa con preocupación los riesgos para la seguridad alimentaria, esto se traduce en una menor producción local, aumento de los costos, reducción de la oferta y el impacto en toda la cadena de valor. El MAGA ya cuenta con tecnología para anticipar estos efectos, así como con mapas de riesgo y redes locales activas; sin embargo falta fortalecer la conexión entre el conocimiento disponible y acciones concretas.
Esta canícula nos deja una lección que debemos tener presente: el cambio climático ya no es un pronóstico, es una realidad que exige respuestas integrales. Además, invertir en las mujeres rurales no es solo una cuestión de equidad, es una estrategia inteligente para sostener los cimientos de la seguridad alimentaria para nuestro país.
Debemos convertir esta crisis climática en una oportunidad. El clima no espera, tampoco deberían hacerlo nuestras decisiones.