Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Esta mañana, leyendo y oyendo entrevistas con personajes de la vida nacional, me termino de convencer que estamos viviendo una enorme comedia en la que se nos sigue dando abundante circo para entretener la nigua y asegurar que en Guatemala no cambie absolutamente nada más allá de la retórica. Los distintos grupos de poder tienen su agenda de cambios limitados y controlados para que mediante pequeños actos de puro maquillaje, la ciudadanía sienta que estamos en un amplio y profundo proceso de transformación, pero fuera de lo que se ha logrado por la vía de la CICIG y del Ministerio Público, poco a poco vamos cayendo en el histórico letargo que fue factor para permitir la rampante corrupción que hemos vivido durante décadas enteras.

Y es que nuevamente estamos frente a una oportunidad desperdiciada, lo cual no es casualidad sino producto de la astucia que tienen los poderes fácticos para acomodarse rápidamente y aprovechar aún sus peores crisis para generarse nuevas oportunidades. Los políticos desafían la inteligencia y la dignidad de la gente y saben cómo entretenerla, al punto de que toda la reforma política del Estado termina centrada en las cuotas de participación para mujeres y grupos étnicos, sin tocar las raíces mismas de nuestra negativa partidocracia con sus cacicazgos y ese abyecto financiamiento que impide cualquier asomo de práctica democrática.

Se destaparon los arreglos mafiosos de funcionarios con los trabajadores del Estado y la gente mostró su indignación, pero allí siguen todos gozando de prebendas y privilegios que no tienen sustento ni explicación. Empieza el peloteo sobre quién está llamado a actuar para enderezar el asunto, con lo cual todos ganan tiempo y se avanza hacia el punto en que la ciudadanía deje de pensar en ese tema para ocuparse de su propia subsistencia.

Vimos, en vivo y a todo color, cómo es que se creó un monstruo en el tema fiscal al gusto de ciertos sectores, con una Superintendencia de Administración Tributaria que terminó siendo Superintendencia de Arreglos Tributarios y ante la abrumadora evidencia de los niveles de corrupción y de cómo se distorsionó la función recaudadora del Estado, apenas si se atina a una propuesta de reingeniería, como si fuera posible parchar lo que está absolutamente podrido.

Pero es que en general así vamos caminando, con la idea de hacerle una cosmética reingeniería al país y a su sistema político, para que dando la apariencia de que hay cambios, todo siga exactamente como les conviene a los grupos de poder que rápidamente se acomodan. Son los mismos grupos que cuando sintieron pasos de animal grande porque la protesta popular iba creciendo, se lanzaron sin titubeos a la “defensa de la institucionalidad” para explicarle al ciudadano que la clave estaba en el poder del voto, capaz de enderezar todos los entuertos de la Patria.

Embaucada, la gente, acudió a las urnas para cambiar el sistema repudiando a la clase política, sin darse cuenta que la estaba legitimando al punto que hoy los vemos maniobrar en el Congreso con astucia para seguir durmiendo al sueño.

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