Sinacán se llamaba el barquito que el presidente le obsequió a las comunidades pesqueras de Las Lisas y Hawai, para que su trabajo se extendiera mar adentro, pues el canal de Chiquimulilla, como lugar de pesca, ya no era suficiente. En ese barquito trabajaba Santos Pedrosa, por ser conocedor de los enigmas del mar. Su vida a bordo le había dado mucha experiencia para no asustarse de todas las aventuras que les sucedían más allá de la reventazón.
Me contaba que una vez les agarró una tormenta más allá del horizonte y el barquito parecía de papel plateado, sorteando las tremendas olas que lo levantaban como si nada. Y me relataba que lo que más lo sorprendía era la irreverencia del capitán, pues en vez de encomendarse a Dios, se agarraba con fuerza del timón y decía: -¡Sostenete hijo de la gran puta! Como si el barquito entendiera sus improperios o tenía conciencia del trance que estaban pasando.
Y Por más que Santos le rogaba al capitán que pidiera la clemencia del Altísimo, de San Telmo y de la Virgen del Carmen, santos protectores de los marineros, quizá ya se le había olvidado la doctrina cristiana y las estampas de los santos que tenía colgadas en su camarote. Esa vez, cuando después de la tempestad vino la calma, se dedicaron a revisar el trasmallo que el barco arrastraba por el lado de la popa.
Cuando levantaron la red, constataron que los habitantes del mar, de muchas especies, quizá asustados por la bravura de las olas, se refugiaron en el trasmallo, de manera que habían atrapado cangrejos, peces, tiburones y unos siete delfines que parecían llorar. Lo que los dejó perplejos eran los delfines y sorprendidos, no se percataron que había llegado al estribor de un gran velero que a saber de dónde salió.
Cuando los obligaron a subir al velero, su capitán que usaba garfio en un brazo y tenía una pata de palo, les previno que si los encontraba otra vez pescando delfines los iba a enterrar en las profundidades del mar. Entonces los dejaron bajar al Sinacán y el velero desapareció entre la bruma que dejó la tormenta. En otras ocasiones le tocó sortear otras tormentas; pero, tuvieron cuidado que en el trasmallo no cayeran delfines, puede que estaban ciertos que esos peces los cuida el dios del mar. Ahora, del velero nunca lo vieron otra vez, porque era un barco invisible.