Reflexionando con un amigo sobre la muerte y asumiendo que nuestro último esfuerzo es dejar una visión de nuestro mundo a la posteridad. He acá lo que yo recojo.
Dejo un mundo altamente interconectado a nivel informático, técnico, comercial, físico y cultural, enfrentando desafíos globales comunes e interdependientes, como el cambio climático y la pérdida y mutación incontrolada en la biosfera. Dejo el poder mundial, concentrado en manos de unos cientos, cuyo fin principal es la codicia. Dejo un mundo marcado por una inequidad múltiple e inconcebible, que excluye a más de la mitad de la humanidad de los beneficios de los avances en ciencia y tecnología, limitando su calidad de vida y el desarrollo de sus potencialidades humanas. A tal punto queda todo ello, que se pude predecir que, antes de finales de siglo, al menos dos especies humanas poblaran la Tierra. Dejo todo ese trastorno, al margen y superando la capacidad de respuesta de nuestras instituciones públicas y privadas.
Abandono este mundo en un impasse global, exacerbado por la creciente polarización dentro y entre países, que se manifiesta como obstáculos a la cooperación internacional y en tales circunstancias, la ONU y sus diferentes estructuras, han perdido su poder y capacidad de orientar y dirigir el desarrollo de la humanidad. Lo paradójico es que contamos con la ciencia y la tecnología que nos permitirían ordenar nuestro planeta, generar bienestar para la mayoría y provocar avance significativo en la evolución física, mental y emocional del ser humano, así como enriquecer sus aspiraciones.
Ante el potencial para el cambio que veo a mi alrededor me pregunto: ¿Por qué estamos tan estancados? Mi respuesta es que no nos sirve de nada, dada la existencia de una tiranía errónea en la orientación, el uso y la aplicación del conocimiento. Además, en el momento de mi partida, observo que en todas las sociedades del mundo se reproducen simultáneamente formas de conducción y liderazgo asentadas en el esclavismo, feudalismo, capitalismo y el socialismo que, aunque divergentes en ideología, todas están enfocadas en un mismo fin: el mercantilismo y el negocio, que absorben y orientan la educación, la salud, el trabajo, la recreación y el desarrollo espiritual.
En estos momentos de mi vida, parto abandonando una humanidad con principios y valores cada vez más fragmentados causantes de relaciones frágiles, inestables y cambiantes. Donde las alianzas se forjan y deshacen, se superponen o incluso se contradicen, según los intereses comerciales y negocios, que se imponen sobre los objetivos y valores orientados a lograr un avance profundo como seres humanos y como sociedad.
Marcho entonces, dejando a mis nietos y a todos los que me sobreviven, un mundo física y humanamente cada día más devastado, en un impasse y con brechas cada vez más grandes en lo ecológico, social y espiritual. Me alejo de un ser humano a la deriva, cargado de sentimientos de desesperanza, violencia y odio, atrapado hacia una vida cada vez más instintiva, que podría conducirlo muy pronto a su autodestrucción. Me voy con la esperanza de que pervive una humanidad pendiente de crear una cultura y los caminos posibles que la lleven Ad Astra.