El pensamiento mágico de los guatemaltecos ronda en todo su contorno y no solo en la creación literaria. Cuando el surtido de los medicamentos con patente era escaso o no existían, para los oídos tapados se destapaban con hojas rescoldadas de albahaca; si se quería que el sarampión brotara, una tizana de cañafístula, tamarindo y borraja y uno se ponía todo rojo como vikingo.

De esos remedios mágicos dio cuenta don Foro López, que vivía en las laderas de la Laguna de Ixpaco, en el municipio de Pueblo Nuevo Viñas. Este buen señor se sostenía con un pequeño cafetal que daba abundante cosecha, gracias a los suelos llenos de azufre. Cuando ya había pasado el tiempo de recolectar los cerezos, se dedicaba a descansar en su hamaca, beberse su pocillo de café y fumarse un puro de Zacapa que vendían en la tienda de la nía Teodolina.

Una mañana, después de desayunar un buen rimero de tortillas que le torteaba su conviviente de hacía cuarenta años, acompañadas de chicharrones recién salidos del perol de la carnicería, pensó que para el almuerzo no repetiría los chicharrones que le sobraron, sino que iría a cortar pacayas a las faldas del Tecuamburro. Así que, salió entrada la mañana con el propósito de traer un buen manojo de pacayas y chicuilotes.

Se colocó el machete en el cincho que le ceñía la cintura y le dijo a su mujer, la nía Estefan: “Ay vengo”. Como era la costumbre de la doña, no le contestó y sólo le hizo la señal de la cruz. Como a la hora de caminar por los playones azufrados o entre la densidad del bosque, logró llegar al potrero de la Cebadilla, donde abundaban las plantas que daban pacayas, pues era el tiempo de su floración. Admirado de ver tanta flor, porque la pacaya es la flor de la planta hembra y la planta macho solo da semillas para la reproducción, empezó a desgajar los frutos y ya con una regular cantidad, decidió cortar un chicuilote y sin darse cuenta, de entre las hojas de la planta, le salió un cantil cola de hueso, que le mordió el dedo gordo.

Entonces, don Foro tiró el machete a la hojarasca, logró agarrar al cantil que medía como una vara y lo extendió para darle tres mordidas distanciadas por un jeme, hasta que de las mordidas brotó la sangre de la víbora. Al verlo sangrar, don Foro repitió varias veces: “-Regrésate ponzoña, regrésate ponzoña…-”. Luego agarra el manojo de pacayas y con muchas dificultades emprendió el regreso, con la idea de que el cantil había muerto por sus mordidas; y si esa contra no funcionaba, él sería el difunto. Cuando llegó a su rancho, la nía Estefan le dijo que lo veía muy pálido.

Entonces le contó que lo había mordido un cantil y le pidió un pocillo con agua hirviendo y bien cargado de jugo de veinte limones y un puño de sal. Entonces les pidió a sus hijos que fueran a ver si el cantil estaba muerto. Y efectivamente lo encontraron muerto y todo hinchado como si fuera una mazacuata.

Cuando regresaron los hijos, ya don Foro estaba bastante repuesto. Entonces le preguntaron que cómo había logrado la muerte del cantil y que él, aunque atarantado, estuviera vivo. Entonces contestó: “-Es que con mi conjuro de las mordeduras, le regresé la ponzoña-”.

 

René Arturo Villegas Lara

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