Los aranceles han sido, históricamente, una herramienta fundamental en la política económica de los Estados nacionales. Estos consisten siempre en impuestos aplicados a productos importados, con el fin tradicional de generar ingresos al gobierno o bien de proteger a las empresas y ramas industriales nacionales frente a la competencia extranjera. Sin embargo, en las últimas décadas, y de forma más visible durante el mandato del presidente Donald Trump en Estados Unidos, los aranceles han sido utilizados con claros objetivos políticos que van más allá de la mera protección económica considerada necesaria. Así habrá que preguntar ¿Qué ventajas ofrece este uso de los aranceles como palanca política? Pero también ¿Qué peligros implica?

Sin duda, una de las principales ventajas de utilizar aranceles con fines políticos es que representan una forma no militar de ejercer presión sobre la conducta de otros países. En un mundo multipolar y cada vez más interdependiente, los Estados necesitan mecanismos para influir en el comportamiento de otros actores sin recurrir a la fuerza. Por ejemplo, Estados Unidos ha impuesto aranceles a productos chinos no solo por razones económicas, sino para forzar cambios en temas políticamente sensibles como los derechos de propiedad intelectual, el espionaje industrial o el desequilibrio comercial.

Además, los aranceles pueden servir como un medio para defender valores o intereses nacionales. La Unión Europea, por ejemplo, ha aplicado aranceles a productos de países que violan derechos humanos o estándares ambientales, como una forma de promover sus principios ideológicos. También pueden utilizarse como represalia legítima ante prácticas desleales, como subsidios ocultos, devaluaciones artificiales de la moneda o el llamado “dumping”.

Otra ventaja del uso de los aranceles es su capacidad de generar presión política interna en el país sancionado. Cuando un gobierno extranjero ve que sectores clave de su economía comienzan a sufrir por las barreras arancelarias impuestas por su socio comercial, puede enfrentar protestas, pérdida de apoyo político y/o dificultades fiscales que lo obliguen a negociar alguna solución.

Sin embargo, usar los aranceles con fines políticos también acarrea serios riesgos. En primer lugar, probablemente pueden generar represalias. La historia reciente está llena de ejemplos de guerras comerciales, en las que los países se castigan mutuamente con tarifas crecientes, como ocurrió entre Estados Unidos y China entre 2018 y 2020. Estas guerras no solo dañan las relaciones diplomáticas, sino que terminan perjudicando a los consumidores y a los productores de ambos países, tales como los agricultores con productos exportables o las industrias manufactureras de ambos lados.

Además, el uso político de los aranceles tiende a debilitar el sistema multilateral de comercio basado en reglas. Organismos como la Organización Mundial del Comercio, la OMC, fueron diseñados precisamente para evitar medidas arbitrarias y fomentar la solución pacífica y negociada de disputas comerciales. Si los países empiezan a usar los aranceles como armas políticas, se socava la credibilidad de estas instituciones y se fomenta un entorno de incertidumbre jurídica y económica.

También es importante considerar los efectos internos. A corto plazo, los aranceles pueden parecer una herramienta eficaz para defender el interés nacional, pero en el largo plazo encarecen los insumos y productos finales, generan inflación y reducen la competitividad. Por ejemplo, los aranceles al acero pueden beneficiar a los productores locales, pero encarecen los costos para la industria automotriz y de la construcción que dependen de ese vital insumo.

Otro riesgo es la politización excesiva del comercio internacional, lo que podría dar lugar a decisiones populistas, tomadas no en función de un análisis económico riguroso, sino de la conveniencia electoral o ideológica del gobierno en turno. Esto lleva generalmente a políticas erráticas, incoherentes y dañinas para la estabilidad económica nacional y global.

La pregunta central no es si los aranceles son buenos o malos, sino en qué contexto y con qué objetivos se utilizan. Su aplicación con fines políticos quizá puede estar justificada cuando se trata de defender ciertos principios fundamentales tales como los derechos humanos, el medio ambiente o la seguridad nacional, pero siempre debe hacerse con cautela, proporcionalidad y con una estrategia clara de largo plazo.

Los gobiernos deben evitar el uso impulsivo de los aranceles como herramienta de presión, especialmente cuando existen mecanismos diplomáticos o jurídicos alternativos. Además, es fundamental evaluar con precisión los costos internos y las posibles consecuencias internacionales de tales medidas.

Así, se puede afirmar que usar aranceles con fines políticos puede ser efectivo en ciertos casos, pero que siempre es una estrategia riesgosa que puede tener efectos colaterales graves. El uso de aranceles es en esencia, una espada de doble filo que puede lograr objetivos concretos en el corto plazo, pero a costa de erosionar la cooperación internacional, elevar precios y alimentar conflictos comerciales. En un mundo globalizado, donde la economía y la política están más entrelazadas que nunca, los gobiernos deben actuar con inteligencia y responsabilidad al recurrir a esta poderosa pero delicada herramienta que entorpece el comercio libre y pacífico, que sin duda es el mejor mecanismo existente para lograr el bienestar general de los habitantes de las naciones.

Roberto Blum

robertoblum@ufm.edu

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