Años antes de la conquista de América, los mexicas y los tlaxcaltecas, tenían una relación tensa y los primeros enviaron a los segundos este requerimiento o mensaje: «Que el gran Señor de México era Señor Universal de todo el Mundo, que todos los nacidos eran sus vasallos, que a todos los había de reducir para que le reconociesen por Señor, y que a los que no lo hiciesen por bien y darle la obediencia, los había de destruir, asolar sus ciudades hasta los cimientos y poblarlas de nuevas gentes. Por tanto, que procurasen tenerle por Señor y sujetársele, pagando tributo y demás Parias como las otras provincias y reinos lo hacían, que, si por bien no lo hiciesen, vendría sobre ellos» Este requerimiento recibió la siguiente respuesta de parte de Tlaxcala: «Señores muy poderosos, Tlaxcala no os debe vasallaje, ni desde que salieron de las siete cuevas, jamás reconocieron con tributo ni pecho a ningún Rey ni Príncipe del Mundo, porque siempre los Tlaxcaltecas han conservado su libertad; y como no acostumbrados a esto, no os querrán obedecer, porque antes morirán que tal cosa suceda como está consentir». La guerra se desató.
Si uno analiza los sucesos actuales en Oriente y el Occidente, lo que se dicen los estados no dista de lo arriba narrado y eso por una razón: La guerra no es un mero instinto sino un fenómeno social humano que siempre ha requerido: Organización jerárquica (ejércitos, Estados). Narrativas justificativas (patriotismo, religión, «guerra justa»). Transmisión cultural (historia, entrenamiento militar) todo ello enmascarando en un solo fin: poder y riqueza a “como dé lugar”. Todas esas justificaciones invaden aún el pensamiento humano y siguen en vigor en las mentes de los pueblos y sus líderes actuales.
La guerra vista como fenómeno producto cultural y social, ha tenido su evolución, funciones y significados, en distintas sociedades humanas. A diferencia de las explicaciones biológicas simplistas como el «instinto agresivo», la antropología muestra que la guerra es construcción, variable, contextual y no universal. Por eso como hecho y como consecuencia, la guerra es vista de manera y sentido diferente por cada quien.
Evidencia arqueológica sugiere que la guerra a gran escala tuvo sus orígenes con el sedentarismo, la urbanización, la agricultura y la acumulación de recursos. Los motivos de su existir desde entonces, siguen en general el mismo patrón: 1º Control de recursos: Tierras, agua, materia prima tecnológica, rutas comerciales. 2º Dinámicas de prestigio: En algunas culturas, las incursiones bélicas otorgan estatus ante los pueblos. “América primero y solo”, popularizada por Trump, es un ejemplo. 3º Cohesión grupal: La guerra refuerza la identidad colectiva frente a un «enemigo común». La OTAN y sus grupos similares, es un ejemplo. 4º Existe una ritualización de la violencia: uso de niños y mujeres, desaparición de clanes, no prisioneros, tierra arrasada. Bajos tales argumentos, los estados poderosos se preocupan por transmitir técnicas, narrativas y valores belicistas a sus poblaciones: entrenamiento militar, mitos heroicos, educación cargada de tergiversación histórica, venta libre de armas.
Pero hay algo que parecen pasar por alto las naciones belicistas: la necesidad de guerra está cargada de una dinámica social equivocada que tiene lugar en su propia patria. Una dinámica constante cargada de inequidades y desigualdades dentro de su propia población, fortalece la violencia y la tergiversación de causales (Rusia culpable de lo que sucede en Europa, Europa culpable de lo que sucede en Rusia). Vista así la situación, en la mayoría de ocasiones la guerra se da entre facciones que viven dentro de problemas materiales y simbólicos, relacionados con: Estructura económica desigual (escasez, propiedad privada mal distribuida). Organización política Ilícita (corrupción, injusticas e inequidades en las jerarquías del Estado). Cultura ideológica de competencia (religión, mitos, educación, apuntando a un fanatismo). De tal manera que mientras la estrategia social mundial y local sigue llena de faltantes sociales y económicos y pobre en principios éticos y morales, la guerra seguirá siendo inevitable. El desafío a través de los siglos el mismo: cambiar las condiciones que hacen parecer «necesaria» la guerra.