Desde la antigüedad, el ser humano ha intentado justificar moral y políticamente el uso de la fuerza armada. La teoría de la guerra justa surge como un intento filosófico y jurídico para distinguir entre guerras legítimas y guerras injustificadas. En contraste, por desgracia, la guerra preventiva es una estrategia que ha cobrado fuerza en el siglo XXI, sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Esta estrategia militar es generalmente considerada ilegítima.
Hoy el mundo enfrenta graves peligros que el Estado de Israel está creando al iniciar una violenta confrontación militar preventiva contra la República Islámica de Irán. Existe la posibilidad que los Estados Unidos decidan entrar también al conflicto, razón por lo que es importante distinguir cuales son las diferencias fundamentales entre ambos tipos de violencia y cuales las implicaciones éticas y jurídicas en el derecho internacional así como en la conciencia moral contemporánea.
La doctrina de la guerra justa tiene profundas raíces en el pensamiento grecorromano y cristiano. Cicerón ya planteaba criterios de justicia en la guerra, pero fue san Agustín en el siglo V quien sistematizó por primera vez la idea de que la guerra podía ser compatible con la moral cristiana bajo ciertas condiciones. Posteriormente, Tomás de Aquino y más tarde Francisco de Vitoria y Hugo Grocio desarrollaron los principios que hoy forman parte del derecho internacional humanitario.
Los elementos tradicionales de una guerra justa se dividen en dos grandes categorías: jus ad bellum (derecho a ir a la guerra) y jus in bello (derecho en la guerra). En el llamado jus ad bellum, los principales criterios incluyen:
- Causa justa: la guerra debe tener un motivo moralmente válido, como la defensa contra una agresión injusta.
- Autoridad legítima: solo los Estados u organismos con legitimidad internacional pueden declarar el estado de guerra.
- Intención recta: la finalidad siempre debe ser restablecer la paz y nunca motivaciones ocultas como la venganza o el interés económico.
- Último recurso: la guerra debe iniciarse solo cuando todas las vías pacíficas, tales como las diplomáticas se han agotado.
- Probabilidad de éxito: debe existir una posibilidad razonable de alcanzar los objetivos justos buscados.
- Proporcionalidad: los beneficios de la acción militar deben ser mayores que el daño que pueda ocasionar.
En el jus in bello, se establece que los combatientes deben distinguir entre civiles y militares, respetando siempre a los no combatientes, así como evitar sufrimientos y daños innecesarios.
La guerra preventiva por su parte es aquella que se emprende no como respuesta a una agresión inmediata, sino para evitar una posible amenaza futura. Es importante distinguirla de la guerra anticipada (preemptive war), que es una reacción bélica ante un ataque claro e inminente y podría quizá considerarse parte del derecho a la legítima defensa.
La guerra preventiva se intenta justificar sobre la base de una lógica del riesgo: si se sospecha que un adversario puede llegar a representar una amenaza grave —por ejemplo, al desarrollar armas de destrucción masiva—, entonces se le ataca antes de que pueda actuar. Esta fue la lógica empleada por Estados Unidos para invadir Irak en 2003, alegando la supuesta existencia de armas químicas y vínculos con el terrorismo.
El principal problema ético de la guerra preventiva es que sustituye la certeza por la sospecha. En lugar de castigar una agresión real, actúa sobre la base de presunciones, muchas veces sin pruebas contundentes. Esto abre la puerta al abuso del poder, la manipulación de la información y la erosión del derecho internacional, que prohíbe el uso unilateral de la fuerza salvo en legítima defensa.
Desde una perspectiva ética, la guerra justa busca limitar la violencia y subordinarla a normas racionales y morales. Aunque no elimina el horror de la guerra, intenta humanizarla y someterla al juicio moral y político. En cambio, la guerra preventiva desplaza el debate hacia el terreno del miedo, la especulación y la geopolítica de la desconfianza.
Las guerras justas, en su mejor versión, pretenden restaurar un orden violado y proteger a las víctimas. Las guerras preventivas, por el contrario, muchas veces generan nuevas víctimas en nombre de una amenaza no verificada. Además, si se generalizara su uso, cualquier país podría atacar a otro argumentando peligros futuros, lo cual desestabilizaría completamente el sistema internacional de normas que trabajosamente se ha construido.
En definitiva, la guerra preventiva no cumple con los criterios de proporcionalidad, necesidad ni autoridad legítima según la teoría de la guerra justa. Por ello, la mayoría de los filósofos, juristas y organismos internacionales consideran que no es éticamente justificable, salvo en casos extremadamente excepcionales y con supervisión multilateral.
Así se puede concluir que en un mundo cada vez más interconectado y vulnerable por las terribles armas tecnológicas ahora disponibles, el derecho a la paz y la seguridad colectiva debe prevalecer sobre las decisiones unilaterales, de “Estados pirata”, basadas en sospechas o intereses estratégicos nacionales. La teoría de la guerra justa no es perfecta, pero ofrece un marco moral y jurídico para evaluar el uso de la fuerza. Frente a ella, la guerra preventiva representa un retroceso ético y una amenaza al orden internacional. Un mensaje que llega a nosotros desde la historia a los países que hoy con sus conductas ilícitas e injustas amenazan la supervivencia de toda la vida en la tierra. La humanidad debe recordar que, aunque la guerra a veces puede ser justificada, jamás debe ser deseada, y mucho menos anticipada sin causa clara o evidencias verificables.