Un buen amigo me pidió que escribiera sobre la Guerra actual y creo que más que justificar a uno u otro bando, vale la pena meditar sobre la guerra como acto humano.

Al igual que inventamos la pala, el azadón, la refrigeradora, inventamos la guerra y aunque muchos de los elementos del guerrear, tienen que ver con nuestra organización biológica, con la agresión y la competencia, no podemos decir que la guerra sea producto del instinto animal, más bien es un elemento que este le añade. Los estudios de biología humana, han demostrado que, como acto, la guerra no puede catalogarse como comportamiento puramente instintivo, aunque no podemos ignorar que hay tanto bases evolutivas como genéticas que subyacen en la agresión humana, fundamento para formar un ejército y realizar una guerra. Algunos estudiosos de la evolución humana (pueden revisar Steven Pinker o Richard Wrangham) deducen que la violencia grupal pudo tener ventajas evolutivas entre las que destacan la competencia por recursos (Eliminar rivales, aumentaba acceso a comida, territorio o parejas, por deficiencias tecnológicas para producir) y selección de grupos para reformulación social (Tribus más cohesionadas y agresivas sobrevivían mejor). Esto último es un poco dudoso, ya que se conoce que muchas sociedades ancestrales eran pacíficas. Al calificar la evolución como justificación hay que tener en cuenta el momento de la evolución del cerebro y del conocimiento.

Entonces realmente para muchos, la guerra organizada aparece con la agricultura (hace más o menos 12,000 años), no en nuestros primeros 200,000 años como cazadores-recolectores. Ese batallar con la agricultura, generó importantes cambios en la configuración cerebral, llegándose incluso a hablar de una “Neurología de la Violencia Colectiva” eso significa la posibilidad de un cerebro configurado para la agresión, pero seamos claros: las modificaciones de las estructuras cerebrales tales como el sistema límbico, aunque regula emociones violentas, por sí solo no ordena ni causa guerras y por otro lado este sistema estuvo a la par la evolución de otro sistema: la corteza prefrontal, que sufrió una evolución acelerada, especialmente en los últimos cuatro mil años y que puede frenar impulsos agresivos. En soldados o líderes violentos, como los que en la actualidad tenemos, a veces hay menor actividad de la corteza. Otros connotados científicos señalan que las hormonas también pueden tener que ver con la agresión y si bien la testosterona aumenta la competitividad, no necesariamente lo hace apuntando a una violencia masiva. El cortisol en combate, puede generar hipervigilancia o parálisis y no digamos la de más reciente descubrimiento, la Oxitocina: Promueve cooperación dentro del grupo, pero también xenofobia hacia otros.

La biología también ha indagado en la búsqueda de un gen de guerra sin encontrar un gen que predisponga a un grupo a armar jaleos, aunque algunos genes influyen en Impulsividad (ej. variantes del gen MAOA, asociado a agresión en entornos violentos) y en capacidad de empatía (gen OXTR, relacionado con oxitocina). Y acá hay que considerar el verdadero trabajo del gen. En general la misión de los genes es interactuar con el ambiente, no predestinan a nadie a comportarse de una manera. Interactúan con el ambiente. Un ejemplo nos puede aclarar. Si usted pone como ambiente el maltrato infantil + gen MAOA, esto provoca mayor riesgo de conducta y actos violentos al individuo que vive en ese ambiente.

Entonces, desde el punto de vista biológico, debemos entender que hay una diferencia entre Guerra o conflicto. Los animales tienen luchas territoriales o jerárquicas, no pueden llegar a acuerdos lógicos; su sistema cerebral no es capaz de solucionar más allá de lo que la naturaleza les presenta y por tanto, no generan nada parecido a la guerra humana: Como ejemplo de lo dicho, tenemos a las hormigas que guerrean por territorio actuando por puro instinto, sin estrategia cultural. Lobos y delfines evitan matar miembros de su propia especie. Chimpancés hacen incursiones violentas contra otros grupos (similar a guerrillas primitivas). Todo instinto. De esa manera nos topamos con algo real: Los humanos planeamos, justificamos y ritualizamos la guerra (religión, ideología) y esta, al menos la moderna, depende de factores sociales (política, economía, cultura).

Queda entonces claro que la biología aporta piezas a la guerra sin ser un mandato genético o de funcionamiento biológico. La guerra humana implica: Estrategia compleja (logística, tácticas). Motivaciones abstractas y compulsivas (religión, política, economía). Tecnología destructiva (armas, sistemas de comunicación). Como conclusión, cabe acá el argumento del médico etólogo Konrad Lorenz: la agresión es innata, pero la guerra no. La violencia humana es canalizada y amplificada por la cultura, no es un simple reflejo instintivo.

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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