Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
La forma en que el precandidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos está desnudando los vicios que han destruido en su esencia la democracia norteamericana tiene enorme importancia para países como Guatemala, donde los mismos vicios acabaron con el modelo democrático y lo tienen secuestrado. Sanders sostiene que está dirigiendo lo que pretende ser una revolución política para acabar con la forma de financiamiento que permite a los grandes intereses de Wall Street y de las grandes corporaciones decidir el futuro político del país mediante contribuciones insultantes que en muchos casos garantizan disponer de celosos guardianes del sistema en los poderes del Estado y especialmente en el Congreso.
Anoche, cuando Hillary Clinton abordó el tema del financiamiento recibido de las grandes corporaciones, Sanders pidió que se hable con seriedad. El pueblo no es tonto, dijo, preguntándose retóricamente “por qué en el nombre de Dios, Wall Street hace esas inmensas contribuciones políticas”, agregando: “me imagino que tan solo por el placer de dar; por eso quieren tirar su dinero por todos lados.”
Y es que el punto finalmente es que los contribuyentes y donantes no actúan por desinterés y pretenden mantener bajo control a la clase política que depende cada vez más de ese tipo de contribuciones. Sanders sostiene que los republicanos no son tan tontos como para que de manera unánime, sin la menor disidencia, se aferren a la tesis de que no hay realmente un problema de calentamiento global y cambio climático, afirmando que todo ello es un invento de la izquierda y despreciando los estudios científicos que lo demuestran. Lo hacen porque sus financistas no quieren que se aprueben leyes que establezcan obligación de limitar el uso de combustibles fósiles o que tiendan a cambiar el patrón de producción de energía a formas menos dañinas para el medio ambiente. Las grandes petroleras financian a los republicanos para que les protejan sus intereses, como lo hacen las compañías farmacéuticas que tienen ganancias enormes gracias a que la medicina en Estados Unidos es más cara que en cualquier otro lugar del mundo.
No cabe la menor duda que el gran referente democrático del mundo moderno ha sido Estados Unidos, país que no sólo presume de tener el mejor modelo sino que además ha actuado históricamente para tratar de replicarlo en otros lugares del mundo, derrocando a gobiernos que según ellos no se ajustan a su patrón. Pero resulta que esa añeja democracia producto de una Constitución diseñada por los Padres de la Patria y que se concretó en lo que Lincoln definió como un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, terminó siendo un gobierno, un Congreso y una Corte para las grandes corporaciones que acumulan beneficios a cambio del paulatino desvanecimiento del viejo sueño americano de igualdad de oportunidades, donde para quien se esforzaba y trabajaba no había límites posibles.
Si eso pasa en Estados Unidos, donde hay un electorado supuestamente más ilustrado, qué puede ocurrir en países como el nuestro, donde la corrupción se ha institucionalizado y tolerado como algo inevitable.
Aquí también nuestros políticos, nuevos y viejos, son cooptados por donantes (de campaña o de medicamentos) que no aportan por el gusto de dar, sino para asegurarse privilegios.