En países como Finlandia, Noruega o Siberia, seguramente –he de suponer–, la gente no suele padecer esa suerte de experiencia épica que en alguna ocasión describí como una verdadera epopeya moderna del zancudo. Las preocupaciones en esos lares, seguramente, distan mucho de los temores a contraer dengue o alguna otra enfermedad tropical transmitida por la picadura de un Aedes Aegypti.
El frío, el hielo y las particularidades de los lugares nevados de esas latitudes, sin embargo, también tendrán sus propios retos y desasosiegos que son ajenos en esta parte del mundo. En América Latina se han escrito hasta canciones y poemas en honor de ese diminuto personaje que, no obstante, su ínfimo tamaño, es capaz de torturar cruelmente al ser humano.
Los zumbidos nocturnos, que provocan aplausos forzados o cachetadas inmerecidas y autopropinadas, son casi una tradición que bien podría contarse como parte del acervo cultural de los pueblos de esta parte del globo. Por las noches, especialmente, suelen hacer de las suyas y martirizar hasta el cansancio –si acaso tal denominación fuera posible–.
Por más insecticidas en aerosol, placas “ahuyentamosquitos” enchufadas al tomacorriente, o raquetas recargables que achicharran zancudos –y que suelen dar buenos sustos con las detonaciones que emiten–, lo cierto es que una solución realmente efectiva pareciera no estar aún a la vista.
En ese orden de ideas, en horas de la madrugada, mientras intentaba dar caza a mi cruel chupasangre torturador que ya me había desvelado suficiente, pude ver por mi ventana, del otro lado de la calle, luz en la casa de enfrente, y escuchar en el silencio de las horas de oscuridad, esa característica leve detonación ya descrita, como mínimo rayo en mitad de una tormenta eléctrica.
En seguida, se escuchó el aplauso, como una cruel sinfonía no deseada, claro indicio de que en las cercanías alguien más libraba una batalla similar cuando aún faltaban varias horas para el amanecer. “Pero imagínate –dijo sonriendo un amigo a quien le conté los particulares motivos de aquel desvelo y mi batalla con un diminuto vampiro persistente– vivir en Finlandia o Noruega, y perderte tal experiencia.