Eduardo Blandón

La transformación de la sociedad, la que reclamamos y algunos soñamos, esa incluyente y con democracia real, pasa por superar el estado de postración intelectual para optar por una realidad nueva. Sin ello, estamos condenados a ser presa del consumo y, más aún, a ser promotores de la estructura injusta, de provecho para las grandes corporaciones globales.

De aquí que la educación sea piedra de toque como condición necesaria para enfrentar los desafíos presentes en la sociedad posindustrial. No la que promueven los “intelectuales” orgánicos del gran capital, ni la solicitada por los sindicatos, muy preocupados ambos en sacar raja (cada uno por su parte) de las debilidades del sistema, sino la que labran actores críticos cuyos intereses se fundan en la superación de las condiciones de pobreza e injusticia.

Cualquier intento de cambio auténtico que no se distancie del relato del consumo, el modelo tecnocrático y los ideales políticos neoliberales, está condenado al fracaso porque el corazón que anima al sistema es injusto e inmoral.  Y aunque sus epígonos (algunos pocos) tengan buena voluntad, –pienso en algunas almas pías que forman parten del Opus Dei et alt–, el resultado de sus acciones y omisiones contribuyen al mantenimiento del espanto que produce la miseria y el hambre en las sociedades capitalistas.

En resumen, la mutación radical que exige nuestra realidad afincada en la muerte, la violencia y la exclusión, requiere ideas nuevas. Propuestas que consideren nuevos valores adaptados a la urgencia de los tiempos, en circunstancias donde se han desarrollado mecanismos sofisticados de explotación. Actores inteligentes que no se complazcan con la gestión monótona de la tarea cotidiana, sino ingenieros, filósofos y artistas creadores, hábiles para edificar una nueva civilización.

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