Eduardo Blandón
El problema de los países latinoamericanos, entre tantos otros que puedan señalarse, es que han sido dirigidos por caciques. No por líderes. Gobernantes cuyo principal potencial ha sido el manejo de la fuerza, las artimañas y la capacidad de conspiración. Por ello, muchos de los presidentes han estado vinculados con el ejército. Vocación castrense que se traduce en el mando a través de la fuerza, sin ningún intento de raciocinio.
Eso hace que el carácter de quienes han dirigido el Estado se caracterice por la búsqueda de la adulación y la prepotencia. La egolatría y la arrogancia. Pocos han sido sensatos. La inmensa mayoría han sido sátrapas imbéciles en busca de gloria, poco preocupados por sus ciudadanos.
Los gobiernos encabezados por civiles no han sido diferentes. Solo en mañas han tomado delantera. Mientras los regímenes militares han sido burdos saqueadores del Estado, los civiles, un poco más ilustrados (técnica, no filosóficamente), educados en altas o medias escuelas de economía, han robado con clase, disimulo y artificio. Por esto, se les puede ver libremente por las calles, los teatros y las iglesias, alardeando una honradez falsa y una conciencia acomodada por un evangelio a la medida.
Esa ha sido nuestra desgracia. El infortunio de no contar con líderes honrados, con visión de país y ánimos de progreso. Como resultado vemos inmensos países con ingentes recursos dilapidados. Transnacionales asociadas con políticos criollos, exterminando bosques y robando minerales. Asociaciones empresariales copando el Estado para continuar medrando a costas del erario público y empleados mal pagados y explotados.
Las ciudades pobres y tercermundistas en América Latina están a la vista. Lo atestiguan la anarquía del transporte público, la falta de agua, los pobres en los semáforos y el hacinamiento de las viviendas. Se trata de una estética vergonzosa que no es sino la proyección de la miseria personal de nuestra clase política, asociada con empresarios de pacotilla.