Muy difícil saber qué pasa acá, unos dicen una cosa y otros otra. La que cuentan en los noticiarios y en los móviles, aunque agita el corazón, eso no sirve para cambiarnos la vida. Entre los árboles reina la mentira; entonces, nada extraño es que nos perdamos en el bosque. Además, somos un semillero de discordias y ante todo eso ¿quién puede levantar cabeza?

Surgen tales pensamientos, de doña Catalina, una anciana mujer, viajera incansable entre Estados Unidos y Guatemala, que conocí en el mercado de Jalapa.

– Comprendo perfectamente doña Cata -le respondí y ¿por qué de sus viajes?

– Empezó en los setenta. A mí me cambió definitivamente haberme ido de mojada a trabajar a los Estados. Eso fue lo que provocó la agitación de mi vida.

– Entonces para usted ¿lo que sucede en el ámbito nacional no modifica la vida?

– ¡Bueno! un poco sí, pues eso me obligó como ya le dije, a irme muy patoja a los Estados. No fue ni violencia, ni rebelión contra mis padres o mi pueblo o la nación; ni tampoco locura; fue que no veía por donde podía ir, si no salía de dónde estaba y trabajaba.

Y así ¿cómo iba vivir?

– Entonces, ¿qué aprendió por allá?

– Simplemente uno por allá se siente libre, dueño de sus facultades y de su poder hacer. Y entonces: allá usté es lo que haga y cómo formé su mundo. Muy sacrificado, pero al menos eso tiene sus compensaciones. Acá todo es sacrificado y nada de compensación.

Cuando uno empieza a echar punta por allá, todo cambia. Usté descubre de lo que es capaz de hacer y si lo hace, entonces echa ganas y centavea mejor. Por acá, el mundo de la gente, está lleno de limitaciones; limitaciones que se tienen, porque una partida de sinvergüenzas se ha adueñado del gobierno y solo nos queda mirar; solo acechar, espiar, juzgar y con eso queremos encontrar por dónde caminar. Pero lo que pasa es que nos perdemos mucho, nos confundimos y por eso ni nos comprendemos, ni comprendemos.

– Cuénteme doña Cata, en cuestión de política. ¿Qué ve usted de diferencia?

– ¡Mucha diferencia usté! ¡mucha! Por allá la gente discute, pelea, tiene sus puntos de vista, pero está ojo al Cristo de lo que sucede y todos colaboran. Yo vivo en un pueblecito y todos conocemos a nuestras autoridades: lo que hacen y dejan de hacer los vigilamos para que cumplan. Por acá, estamos separados de todo, por nosotros mismos. Todo lo vemos como un obstáculo y a nuestras autoridades las vemos como si fuera un problema, sobre todo si no son santo de nuestra devoción.

Me decía el otro día mijo que estudia leyes en California, que estamos obsesionados por personas y su comportarse y amarramos a ellas cualquier juicio. Por eso creo yo, que la verdad está delante de nosotros dándonos el mundo, y como le volteamos la cara, por eso nos hundimos.

– Entonces usted ¿ya no vive en Guatemala?

– ¡Ya no! Solo vengo a ver a mi gente. Llego con un nudo en el corazón y me voy con lo mismo. Acá todo es silencio y contemplación, y nadie busca sentido a ir tras algo nuevo. Mi gente sigue creyendo que lo que vive y cómo lo vive, es la única manera -triste y errónea- de contemplar, comprender y vivir el mundo. Pero no escucha palabras, ni tiene ejemplos, y mucho menos los contempla. Su único ejemplo de valía somos los que nos vamos, y entonces, irse es la única salida que ellos ven para poder vivir mejor. Los más arrechos se lanzan a esa aventura; esa es la verdadera maestra y la que enseña y educa. Y eso no es nada sencillo. No tiene nada que ver con la moral, ni con el bien, ni con el sentido, ni con lo sublime. No entender eso, hace estallar el corazón de cólera, tanto del que se va, como del que se queda. Si en otros lados se logra vivir mejor: ¿por qué no acá?

Por allá yo siento que el político, el religioso, el profesional, el educador, el obrero… todos importan. Acá no importa la muchedumbre. Nuestra presencia vale menos que un caballo, que una moto. Negar eso, es desconocer la realidad. La casa en la que usted está ahora, es “made in USA”. Por eso, dígase lo que se diga sobre el migrante, solo hay una cosa cierta: migrar a la mayoría nos hace pasar de la carencia a la plenitud. En ese combate, no hay presa ni destrucción y yo siento que eso nos da más vida, más aire, más espacio, más respeto, más atención, más simpatía y más amor y trabajo con el prójimo ¡Qué diferencia verdá!

 

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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