Aplaudo la iniciativa de Pedro Trujillo de encomiar la labor, muy extensa, de Amable Sánchez, del doctor Amable Sánchez, en un artículo de reciente fecha. Bien has hecho, Pedro, al salir un poco de esta barahúnda interminable de la política nacional, de este diálogo de sordos, de este intercambio de fanáticos que no quieren cambiar de idea, pero tampoco quieren cambiar de tema. Al final, recuerda Pedro que la grama es verde… Qué bueno que encontraste un remanso, un recodo en el riachuelo para hablar de la cultura, de la riqueza que nos ha ido aportando don Amable. Por eso secundo la feliz idea de Pedro.
Veo a don Amable, muy seguido, bajando, puntual, a la hora del almuerzo. Siempre con su gorra para combatir el fuerte sol y a veces con una bolsa de semillas para el almuerzo; sí, al almuerzo de los pajaritos que se arremolinan cuando ven que se sienta en una de las terrazas del Edificio Estudiantil de la UFM. Es que también las avecillas tienen derecho a comer.
Don Amable es lo más cercano que percibo de Antonio Machado, uno de sus grandes referentes y admirador. Al igual que Machado, Sánchez “habla en verso y piensa en poesía”. Es que don Amable habla despacio, muy despacio, como si los pensamientos recorrieran una gran galería dentro de su mente para salir depuradas a la luz. Para que las nuevas palabras valgan más que el silencio que reinaba.
Lo veo bajar por el camino de Las Margaritas con un paso que lleva su propio ritmo; cuidando de no machucar hormigas, zompopos ni mariquitas rojas. El mundo no se mueve con la velocidad que aseguran los científicos, no. El mundo, para aquellos que han descubierto las verdaderas leyes del Universo, se mueve al compás de los latidos de los corazones y de las fuerzas que mueven el viento cuyo sonido acostumbra a escuchar el poeta. Gira la Tierra con la soltura con que crece la yerba y caen las hojas de otoño.
El poeta, a sus 90 años recién cumplidos (¡Feliz cumpleaños! Atrasado), “ya camina lento, como perdonando el tiempo”. Me trae a la mente aquel malogrado torero Sánchez Mejías: “por las gradas sube Ignacio/ con toda su muerte a cuestas/buscaba el amanecer/y el amanecer no era”. El doctor, para fortuna de todos, “baja por la acera, llevando toda su vida a cuestas”.
Como él mismo nos ha compartido, en uno de sus muy enriquecedores recitales (lástima que sean tan pocos), lleva adentro al joven, más bien adolescente, que a sus 16 años decide seguir la vida religiosa. ¿Impulso de juventud? Y así, un 26 de julio de 1951, deja la casa paterna cerca de Salamanca; luego espera la travesía, en un destartalado tren de madera, que lo habrá de llevar a un monasterio en Asturias. A 500 kilómetros de casa. Lleva también consigo al migrante que, en 1966, tomó un barco italiano, en Barcelona, para atravesar el Atlántico. ¿Su destino? Guatemala, y más concreto, Cobán, y más concreto, El Calvario, para ocupar una pequeña celda encima de los enterramientos antiguos.
Luego, en 1975, “mostró goteras en su sacerdocio” y viaja a Estados Unidos. Por casualidad, el fatídico 4 de febrero de 1976 toma avión de Los Ángeles a Nueva York y luego, de regreso a la Península. Pero su segunda patria lo llamaba. Retornó a Guatemala el 7 de octubre de 1976 y pronto se casó con “el amor de su vida”. Lamentablemente, su alma gemela, falleció el 9 de noviembre de 2008. Como él afirma: “no quedó viudo, quedó huérfano”.
El doctor nos ha enseñado que la poesía es un medio para descubrir la espiritualidad, la que juega al escondite con nosotros, porque poesía es espiritualidad, elevación de la experiencia humana. Poesía es gracia. La poesía es un deleite, cierto es, pero es algo más, es una expresión de la máxima abstracción del cerebro humano. La conformación de figuras, de metáforas, de despliegue ancho del intelecto. También nos resalta la importancia del idioma como expresión del intelecto humano; que si se tiene que decir algo “dilo de la mejor manera”. Esto último, muy importante para los abogados, sus alumnos, para evitar ese lenguaje macarrónico de las palabras. Don Amable, que también es abogado, nos enseña que en nuestra profesión es muy importante el manejo de esa herramienta de comunicación. Nos ha ayudado a descubrir ese tesoro que se llama idioma, en general, e idioma español en particular. En ese sentido, un continuador de los surcos que dejó marcados Salvador Aguado. Pero, hay más, don Amable ha puesto rimas a las proclamas por la libertad. De alguna manera ha encuadrado en sonetos o versos alejandrinos, el discurso de los hombres libres.
Un día de estos lo voy a seguir, cuando “el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada”; a escondidas y en silencio. Sospecho que con sus pasos pausados “huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. Quiero encontrar esa senda. En todo caso quiero encontrar la fuente de esa tranquilidad, que recuerda a otro poeta: “Vida, nada me debes/Vida, estamos en paz”.
- ¿A dónde el camino irá? Es un exquisito poema del doctor Sánchez.