Podríamos dividir “Un personaje sin novela” en dos partes: la
primera es de aventuras y la segunda de reflexiones didáctico-
neoclásicas. La parte de aventuras es muy amena y permite al
lector enterarse de las vicisitudes casi siempre picarescas que
le ocurren a Pietro Peretti, personaje principal y único de
relieve de la novela.
Peretti es un pepe, un recogido es decir un pepe-nado. De allí
también el origen del nombre de la novela de Milla “Historia de
un pepe”.
Como a Cándido en “Cándido” de Voltaire, a Peretti le ocurren
muchas peripecias –inusitadas- hasta la de enrolarse en la
guerra de donde como es obvio –si se tiene sensibilidad- se ha
de volver loco de tanta bala y exultante violencia.
La segunda parte de esta obra pierde casi toda la acción
novelesca de la primera y se convierte en un texto de
reflexiones, girando en torno a lo acontecido a Pietro. Porque la
vida ha sido tan dura y tan caóticamente esquizofrénica con él
que al narrador no le queda más remedio que dejar de hacer
novela para hacer filosofía, un poco también por el camino de
“La cosa”, la segunda novela publicada por David. Por eso es
que algunos le restan méritos de narrador ( S. Menton sobre
todo) al que fuera por tantos años director de El Imparcial,
porque afirman que el final de “Un personaje sin novela” pierde
su calidad narrativa por exceso de divagaciones reflexivas.
Pero las reflexiones de Vela (novela o no “Un personaje sin
novela”) siempre son apasionantes. Tan apasionantes como la
más trepidadora obra de aventuras de Emilio Salgari o Julio
Verne. Sobre todo porque sus disquisiciones saben herir sin
que se note la rajadura en la piel.
Vela es siempre un humorista (en esto se parece a Ramón
Gómez de la Cerna) y cuando hiere lo hace riendo igual que el padre de las greguerías. Por eso sus tajos duelen menos
aunque sean tan profundos como los del solemne o los del
serio.
En la segunda parte de “Un personaje sin novela” David Vela
has una implacable crítica social a cuya lente (maliciosa y
perfectamente entrenada en la experiencia) no escapa nada ni
nadie. Todos reciben su paliza, pero entre las carcajadas,
ingeniosidades, ocurrencias y salidas; sus juegos de palabras a
lo Quevedo -y su coqueto y risueño conceptismo- ofrecen a
manera de agua caliente sobre la herida o el contundente
golpe que antes ha infligido.
Esta novela es por otra parte sumamente original, porque
ofrece al lector tres desenlaces, tres finales que el espectador
puede escoger a su gusto según le plazcan los happy ends o
los finales trágicos.
David, entonces es muy actual, muy de Vanguardia. Antes
que a Cortázar y su “Juego para armar”, se le ocurrió que el
lector puede –como el novelista- ser creador y decidir cómo ha
de acabar la vida de Pietro Peretti.
Loco (después de haber estado sumido en los terrores y
crueldades de la guerra) Pietro encuentra un número de la
lotería premiado. ¿Qué hará con el premio? ¿Lo podrá cobrar?
El narrador presenta tres posibilidades a partir de ese cambio
de fortuna. Y cada lector ha de jugar su billete y su desenlace.
Continuaré con la crítica o análisis de “La Cosa”.