El día a día y el ejercicio de una profesión nos brindan múltiples oportunidades para
moldear y construir nuestra identidad. Estas decisiones están estrechamente ligadas a
la ética y la responsabilidad profesional. Al final, todo depende de cuál sea nuestro
centro de interés personal y laboral: hacer el trabajo con excelencia o hacerlo de
manera irresponsable.

La primera opción exige un compromiso firme con el bienestar de las personas a
quienes servimos, sean pacientes, estudiantes, clientes, usuarios o comunidades.
Implica poner en práctica todos nuestros conocimientos, habilidades, valores,
dedicación, y experiencia adquirida. Este enfoque busca realizar siempre el mejor
esfuerzo, asegurando que el trabajo realizado sea de alta calidad y contribuya al
desarrollo humano, al tiempo que refleja nuestro prestigio personal y profesional, así
como el de la institución que representamos.

Un profesional responsable no solo resuelve problemas; también se preocupa
genuinamente por las personas. Parte de su labor es educativa: promueve valores,
conciencia y prácticas que generan un impacto positivo más allá del entorno inmediato.
Por ejemplo, un abogado que defiende con integridad, un docente que educa con
pasión o un ingeniero que construye con visión sustentable, están formando también
ciudadanos más críticos, informados y comprometidos.

Este tipo de ejercicio profesional no siempre es atractivo para quienes priorizan
únicamente la ganancia económica o la comodidad. En algunas profesiones se asume,
erróneamente, que entre más problemas haya, más demanda habrá de nuestros
servicios. Pero esta lógica olvida que la mayoría de las personas, muchas veces, no
tienen acceso a la información, los recursos, o incluso la confianza para acudir a un
profesional. Por eso, no basta con esperar pasivamente a que lleguen los clientes o
usuarios; hay que generar relaciones de confianza y valor.

Por otro lado, hay quienes se enfocan exclusivamente en obtener beneficios
personales o económicos, sin considerar el impacto humano de su labor. En estos
casos, se olvida que una persona satisfecha es el mejor embajador del trabajo bien

hecho. Su experiencia se convierte en una referencia silenciosa pero poderosa que
promueve el prestigio del profesional o de la institución.

En toda profesión, uno es el arquitecto de su propia identidad, de su marca personal,
de su reputación. Lo que los demás perciben de nosotros se basa en nuestras
acciones, nuestra calidad humana y profesional. Además, al ejercer cualquier
profesión, también estamos representando a un gremio, y nuestras acciones fortalecen
o debilitan la imagen de ese colectivo.

Conclusión:
Debemos poner especial atención en cómo ejercemos nuestra profesión. Las buenas
acciones pueden pasar desapercibidas o ser olvidadas rápidamente, mientras que los
errores y actos irresponsables dejan huellas profundas y duraderas. Construir una
buena reputación profesional requiere tiempo, constancia y coherencia, pero basta un
solo paso en falso para perderla.

Dr. Rafael Mejicano Díaz

Cirujano Dentista. Ms. Dr.h.c., Universitario Distinguido por la Universidad de San Carlos, Decano de Ciencias de la Salud Universidad San Pablo de Guatemala, Profesor Universitario, Consultor en temas de mejoramiento de la atención odontológica y tecnología dental, Investigador CONCYT y CONAHCYT, fundador y desarrollador de Multimédica Vista Hermosa, Empresario comprometido con el desarrollo de las personas, de la familia y la patria. Ha participado como consultor en diferentes países para el mejoramiento de la tecnología dental avanzada.

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