Este viernes 25 de abril, se conmemora un año más de la muerte de Pedro de Betancur. Más que “muerte”, fue un paso trascendente a la eternidad. El año entrante se cumplen 400 años de su nacimiento. Y desde ahora los hermanos franciscanos están preparándose para tan magno acontecimiento.

Con la venia del lector, transcribo unos párrafos finales del libro “La casa de Belén”:

“Pedro llegaba a los extremos. Todo indicaba que las últimas energías las había reservado para las formalidades del testamento. Después de la certificación del escribano, Pedro quedó inconsciente y sólo tenía algunos espacios de lucidez. La gravedad de Pedro era de conocimiento general y eran muchos los vecinos que querían verlo. Algunos por el profundo cariño que le tenían y otros, la mayoría, por recibir la bendición de sus últimas miradas. Para evitar aglomeraciones las visitas se habían cancelado desde el día viernes 22. Fueron muy pocos, como don Gaspar Quintanilla los que tuvieron acceso, pero solo le permitieron unos minutos para hablar con el enfermo:

–Me recuerdo Pedro aquella tarde cuando llegaste a la ciudad y tuve oportunidad de conocerte en medio del caos del fuerte temblor. Venías como un foráneo más, con viejas vestiduras y casi sin calzas. Nadie iba a suponer que en tan pocos años ibas a cambiar a la ciudad que entonces te era totalmente ajena.

–Es cierto don Gaspar, ni yo mismo lo hubiera anticipado pero aquí estoy, concluyendo ese viaje.

–Guardo la esperanza de tu recuperación y cuando sano te llevaré otra vez al obraje de añil, he hecho muchas mejoras en beneficio de los obreros.

–Qué bueno don Gaspar, esas buenas obras quedan para siempre a diferencia de los tintes que se desvanecen con las telas y mueren las personas que las lucen en sus pomposas prendas. Ciertamente me encantaría ver otra vez el obraje y conversar con los trabajadores.

–Pronto será, Pedro, solo recupérate.

A los pocos minutos de retirarse Gaspar avisaron:

–Hermano Pedro, a la puerta toca a la puerta un señor anciano, dice llamarse Pablo y que es vuestro amigo. –El hermano Jacinto tenía pocos días de haberse incorporado y claramente no conocía al visitante que lo figuró como un devoto más, por tal motivo no quería importunar al hermano moribundo. Si no es por la intervención de fray Agustín que lo reconoció de inmediato y lo informó al enfermo:

–¿Don Pablo, don Pablo de Aguilar? Por favor ayúdenme a ponerme de pie para recibirlo como él lo merece.

–No Pedro, quedaos en cama, ahorita iremos por él.  

Don Pablo entró con ayuda al cuarto y Pedro quiso incorporarse:

–No os hubieras tomado la molestia de venir hasta acá don Pablo, veo que os ha costado mucho movilizaros. Y perdonad que no haya ido a visitaros en varias semanas.

–No hay causa de apenarte, conozco muy bien que la intensidad de las obras que aquí se realizan os consumen todo el tiempo. Por mi parte es lo menos que podía hacer y quise aprovechar que Gaspar me ofreció a dos mozos para transportarme en un carruaje. No podía dejar de verte, debes recordar que cuando entraste a esta ciudad tuve la inmensa fortuna de ser quien os daba la bienvenida y ahora que te vas quiero ser también yo quien os diga adiós. Seré breve para una despedida larga pues extenderíamos nuestra conversación como en aquel primer desayuno. ¿Lo recuerdas?

–Por supuesto don Pablo ¿cómo olvidar las novedades y grandes amabilidades hacia un extranjero en su primer amanecer en este suelo ese lejano 18 de febrero de 1651?

Pedro procuraba mantener un estado de ánimo positivo y hasta buen humor, pero al oír a don Pablo sus ojos se humedecieron y unas lágrimas confundidas salieron de sus ojos. 

–Lo siento Pedro, no ha sido mi intención que mi triste presencia sea causa de una sombra más en estos días tus días umbríos.

–Nada que sentir, don Pablo, la muerte es una realidad que permanece siempre a nuestro lado. Nuestra fe nos indica hacia dónde vamos, pero no sabemos nada de cómo es el camino. Por eso, como ser humano que soy, a veces abrigo cierto temor, sólo a vos y a mi confesor lo he dicho. Hoy estoy aquí y acaso mañana o pasado mañana ya no estaré, dejaré este cuerpo mortal que a pesar del mal trato que le he dado, bien me ha servido por 41 años…

–Y vos don Pablo –continuó Pedro– habéis reflexionado sobre la petición de veniros a la Casita de Belén.

–Agradezco tus buenas intenciones pero no tiene sentido insistir. Los diciembres se van y regresan los eneros, es como una vuelta de ese molino implacable que convierte en polvo nuestros días. Gira y gira imperturbable. Raudos se fueron mis años sin que me diera cuenta y más rápido se irán los días que quedan. Las noches son pesadas, antes sentía que mis sábanas eran de algodón y ahora son yute. Pero gracias Pedro, prefiero quedar en casa donde todavía respiro el perfume de mi amada Francisca; es increíble pero su ausencia es ahora la mayor presencia que tengo en la vida.

–Pero don Pablo…

–Nada Pedro, déjame tejer mis canas hilándolas con mis memorias al ritmo de mi mecedora y cuando llegue la muerte estaré con mi mortaja lista y mis recuerdos reverdecidos.

Para soslayar un nuevo brote de lágrimas, Pedro cambió súbitamente de tema:

–Veo que no dejáis vuestra inclinación por la poesía don Pablo ¿seguís escribiendo nuevos versos?

–Ay Pedro, ahora solo puedo escribir en hojas de otoño…

Como quedaran ambos en silencio, Pedro agregó:

–Esos libros de versos y gramáticas me ayudaron mucho para la redacción de notas y nuestras constituciones, pero –dijo incorporándose—, pero más estaremos por siempre agradecidos por vuestro generoso aporte don Pablo que se dio justo en el momento que más lo urgíamos, la situación era insostenible en los patios del Calvario. Vuestros ahorros no solo compraron el solar de doña María Esquivel, compraron muchas bendiciones para los pobres y unos tesoros en el cielo. Por cierto que nunca supe cómo os enterasteis de la situación legal del terreno.

–Ay Pedro, no somos dueños de nuestros dineros ni de nuestras facultades, solo somos los administradores y se nos pedirá cuenta de cómo lo usamos. La mejor inversión pecuniaria que pude hacer en mi vida fue ayudar a tu grupo para levantar un centro de amor. En otras palabras, de ninguna otra forma se pudieron multiplicar los réditos de mi aporte. Veo que haces esfuerzos para ocultar ese dolor en tu cuerpo –extendió hacia Pedro sus manos rugosas con evidentes marcas del tiempo–.  Ya no intentes seguir hablando, creo que llega la hora de la despedida.

–Gracias por todo don Pablo, nos vamos y dejamos este país a las generaciones que van a ir llegando.

–Así es Pedro, quiera Dios que se logre conformar un país unido, que se superen aquellas grandes diferencias de las que platicamos en los primeros días ¿lo recuerdas de ese mismo primer desayuno? entre españoles e indios, peninsulares y criollos, ciudades y pueblos, religiosos y seglares, ricos y pobres y que de toda esa rica diversidad se tome la fortaleza para consolidar una sociedad fraternal.

Pedro volvió a gemir con gestos de intenso dolor en el costado que no pudo disimular; impotente don Pablo se incorporó con mucha dificultad.

–Eso lo veremos desde el otro mundo, por ahora me voy, pero estoy seguro que muy pronto seguiremos nuestros diálogos en otro lugar más feliz. Y hasta allá arriba te resolveré la duda de cómo obtuve el documento de doña María Esquivel. Dios guarde tu camino Pedro de San José.

Para la mañana del día domingo se esperaba que el padre Lobo le impartiera la sagrada comunión y le oficiara unas oraciones pues era evidente que Pedro no podría asistir a la misa dominical. Los hermanos trataron de refrescar al enfermo que ardía en sudor, usaban lebrillos y con paños lo frotaban con agua de loción, luego lo obligaron a ponerse una camisa y reposar en su cama; fue la única vez que usó una camisa después de haber ingresado en la Tercera Orden. A las once arribó el padre Lobo”.

Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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