Juan José Narciso Chúa

Enero inició con la fuerza que otorga el descanso navideño, aquel ambiente en donde se hacen compromisos para el año que inicia, queriendo establecer pautas de comportamiento que perduren en el nuevo calendario. Como en casi todas las personas, esos propósitos pretenden guiar el derrotero del año que recién inicia y aunque en el camino muchos de ellos no se llegan a cumplir, también ocurre que algunos perviven y se disciplinan para que los mismos se hagan una realidad.
En el caso de nuestra institucionalidad, el año empezó el 14 de enero, cuando asumen las autoridades del Legislativo y el Ejecutivo, así como de las corporaciones municipales, pero esta vez se supone sea diferente, sea distinto. Primero, porque el sentir ciudadano se manifestó clara y abiertamente en contra de las actitudes de una clase política que le dio la espalda al pueblo y a sus necesidades, preso de una voraz actitud para repartirse los beneficios propios del presupuesto del Estado, así como hizo uso del poder para buscar enriquecerse para siempre y aún así ni siquiera considerar dejar migajas para un soberano que en muchas de sus expresiones sociales viven en la desigualdad, caracterizado por la pobreza y la pobreza extrema. Segundo, en el marco de ese sentir ciudadano que duró de abril a septiembre del 2015, se consiguió impulsar un sentimiento pocas veces visto en el país, que condujo a revocar mandatos de un presidente y una expresidenta que se perdieron en la corrupción, en pretender destruir el pasado, destruir la institucionalidad de la paz y quitarse de encima a la CICIG, cosa que contrariamente se convirtió en su propio pantano, en donde se hundieron poco a poco, hasta que se ahogaron completamente.

Como telón de fondo, ocurrieron las elecciones generales, un hecho importante que fue motivo de múltiples controversias, pero que al final se cumplió con el cronograma electoral, a pesar que se buscó reprogramarlas para darle tiempo a reformas de profundidad en el sistema político, pero al final se desarrollaron y mostraron resultados inéditos. Un candidato desconocido, un partido sin pasado político ganan las elecciones abrumadoramente y hoy representan el eje del gobierno, pero una enorme lejanía del poder.

El primer dilema para el ejercicio de este nuevo mandato, se requiere comprender el sentir ciudadano, cómo traducir ese enorme cúmulo de demandas postergadas, cómo capitalizar las necesidades del pueblo y llevarlas como un hilo conductor de decisiones estratégicas. La oportunidad estaba puesta para los nuevos gobernantes, era de aprovecharla.

Acá destaca la comprensión de Mario Taracena en su nuevo rol de Presidente del Congreso, quien con mucha visión, empuja una serie de decisiones enmarcadas justamente en ese sentir ciudadano, tales como la publicación de las nóminas del Congreso de la República, que demuestran fehacientemente una de las caras de cómo los diputados hacían fiesta de los fondos del Estado; luego consigue convencer a los jefes de bloque para iniciar los cambios de la Ley Orgánica de este organismo para romper con otros beneficios propios de los diputados como el transfuguismo y el abuso de la interpelación. Sin duda, Mario ha cumplido a cabalidad con lo dicho en una mesa de discusión con miembros de la sociedad civil, en donde junto con Carlos Barreda se mostraron dispuestos a hacer estos cambios. Enhorabuena.

En el lado del Ejecutivo, se perdieron oportunidades claves. El nombramiento de un Gabinete lleno de intereses fácticos, muestra que la traducción del sentir ciudadano no tuvo la misma lectura o al final, ni siquiera se intentó hacer este esfuerzo. El discurso del Presidente tampoco mostró profundidad, sino se quedó en lineamientos morales y valorativos que poco aportan para la conducción estratégica de un Estado. Sin embargo, es menester reconocer que la destitución del Jefe del Estado Mayor del Ejército es positiva, restableciendo el papel del Comandante General del Ejército y respetando la línea jerárquica de la institución armada. La renuncia de la Ministra de Comunicaciones, no puede ser vista positiva porque al final fue la presión mediática y social, la que empujó la decisión, de otra cuenta el Presidente no debía haberle otorgado un plazo para resolver sus problemas, sino actuar de forma inmediata y cambiar su decisión.

Al final no se puede negar que hasta hoy, el Legislativo ha tomado la delantera en cuanto encontrar más aciertos en sus decisiones, actuar rápidamente para que el Congreso de la República, después de destapar esa auténtica “caja de pandora” que ciertamente no esconde todos los males de la humanidad, pero sí todos los abusos de los diputados, recupere mínimamente su condición como poder del pueblo. Ojalá que el Ejecutivo también comprenda su papel protagónico, pero principalmente estratégico para hacer prevalecer el interés general con respecto de los ya manidos y descoloridos intereses particulares.

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