En una entrevista al autor del célebre cuento El dinosaurio: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, el escritor guatemalteco de origen hondureño, Augusto Monterroso, narra sus inicios en la literatura y las peripecias que de joven tuvo que hacer para leer aquello que le interesaba.
Menciona cómo una de sus actividades de entonces: las visitas constantes a la Biblioteca Nacional, después del trabajo y por las noches, se transformó en uno de los mejores consejos que alguien ―su jefe por esos días en una carnicería donde trabajaba, quien le recomendó leer a Shakespeare y Víctor Hugo, entre otros)― pudo haberle dado.
En aquella entrevista, que don Tito ―Monterroso― concedió a alguien cuyo nombre no recuerdo ahora, el famoso autor se refería a la Biblioteca Nacional ubicada en el centro de la ciudad de Guatemala, atrás de la concha acústica, junto al Parque Centenario, a muy pocos pasos del Palacio Nacional de la Cultura.
Durante gran parte de mi vida he visitado muchas bibliotecas. Algunas más que otras. Y otras que, con el paso del tiempo, se fueron convirtiendo en mis predilectas, sea por comodidad, sea por cercanía, sea por alguna razón que tal vez era más una excusa que una situación de conveniencia real.
Hablar de bibliotecas, siempre constituye un punto de partida perfecto para la reflexión en torno al hecho de que la cultura ―en términos generales― y la lectura como parte de los procesos de educación y formación del ser humano, representan un muy bajo porcentaje en los temas que debieran formar parte de las políticas públicas de un país.
Se puede argumentar que las bibliotecas ―verbigracia― no son asuntos prioritarios si los comparamos con las necesidades existentes en salud, carreteras, creación de empleos, etc., y probablemente hay razón en ello. Sin embargo, la paradoja persistente en el tema lo constituye el hecho innegable de que, en esas otras áreas prioritarias, tampoco puede decirse los avances sean notables.
Desconozco si los problemas de abandono de muchas bibliotecas se deben a mala gestión, a falta de recursos, desinterés, o a la dinámica de digitalización que ha movido muchos procesos de enseñanza-aprendizaje y lectura de unos años a la fecha, aunque me inclino a creer, como todo apunta, a que la problemática tiene un poco de todo ello.
La lectura no sólo enriquece el acervo cultural del individuo, sino que además le hace ampliar sus horizontes y capacidades cognoscitivas para entender el mundo y los problemas sociales que aquejan a toda sociedad. De esa cuenta, su importancia como herramienta en el marco de la educación para el desarrollo es sencillamente fundamental Sin duda vale la pena reflexionar al respecto, y en la necesidad de más y mejores bibliotecas.