Tuve el honor de participar como comentarista en un evento de presentación de la obra “Mentiras, Fuego y Sangre” (Guatemala, febrero 2025, FyG Editores), de Fernando González Davison, en el seno de la Feria Internacional del Libro Universitario, este recién pasado jueves 13 de marzo. En esa ocasión, la mesa de diálogo la compartimos entre Javier Corleto, quien fungió como anfitrión; Fernando González Davison, autor y dueño de todos los secretos que le permitieron la confección de la obra (una tarea que le llevó cerca de 40 años desde que le dio inicio); y mi persona, presente allí como lector interesado e inquieto.
“Mentiras, Fuego y Sangre” es una “novela histórica” sobre el período de la denominada Primavera Democrática en Guatemala (1944-1954); un lapso histórico que sucedió (no se puede negar que así fue), que tuvo un origen, una vida activa propia en un contexto nacional e internacional muy singular y fue gestada por hombres de carne y hueso muy parecidos a los que somos actualmente y que nos encontramos en las paradas de los autobuses, en los mercados, con esposas y esposos, hijos, obligaciones que cumplir, rutinas que desarrollar … Y esto es de vital importancia señalarlo porque la obra -pese a lo evidente que eso pareciera ser- lo devela de manera ejemplar; con lo cual “humaniza” la historia a la que se refiere y construye un portal de entrada a ella que, anteriormente, no estaba dado. Una puerta que, a mi criterio, debería ser aprovechada para invitar a cada vez más connacionales a acercarse a ese capítulo de la vida nacional de la mano de un conocedor profundo de ella y respetuoso del criterio de todos y cada uno.
La obra es ambiciosa porque incluye dimensiones múltiples e interrelaciones complejas marcadas por muy diversos intereses (por ejemplo, el hecho de que la gesta guatemalteca se da de manera coincidente con el fin de la II Gran Guerra y el inicio de la Guerra Fría).
Aunque no creo que sea éste el espacio para entrar en detalles pienso, sí, que un momento adecuado para apuntar algunas de las principales impresiones -de tipo general- que me produjo y, a mi criterio, le suman gran valor a la obra. Las menciono de manera escueta:
Es una obra cuya lectura cautiva y atrapa al lector por lo interesante de la trama y la habilidad literaria con la cual se desarrolla. Entre otros aspectos, la aparición de esta obra bien podría entenderse como el surgimiento, en el escenario de las diferentes publicaciones que existen al respecto (y que van desde testimonios puntuales escritos en aquellos tiempos, hasta interpretaciones del más variado tinte), de una especie de “provocación” en el sentido de despertar el interés por consultar y conocer a los muchos otros autores y sus particulares obras y perspectivas sobre la temática.
Logra identificar las personalidades de los actores más relevantes (por ejemplo, los casos de Juan José Arévalo, los hermanos Toriello, Juan Francisco Arana, Jacobo Árbenz y los muchos personajes activos de la vida política del país de ese entonces). La manera en la cual las esposas de los actores salen a la luz no solo como comprometidas con los destinos de sus esposos y sus familias si no, también, como personas con propio carácter y personalidad.
Aspecto interesante, a mi modo de ver, lo constituye aquello que se refiere no solo a las energías que movían de manera principal a los actores (por ejemplo, el idealismo, para unos; el pragmatismo, para otros; el conocimiento…) si no que a su forma de permanente relación con ellas y su eventual grado de consecuencia (interesante cuando, por ejemplo, se describe cómo se llegó a diferentes pactos políticos y la manera en que estos se respetaron o mantuvieron o no…).
Otro elemento de gran importancia lo aprecio yo en la manera en la cual, de forma directa e indirecta, se deja ver la importancia de Guatemala y su dirigencia política e intelectual en una Hispanoamérica que la reconoce y la entiende como centro importante de la gestación de una visión nacional propia e independiente; una gestión nacional propia e independiente que marca un camino que entusiasma y conmueve a todo un continente.
~Como adendum a este breve texto, deseo compartir una breve y personal reacción a uno de los tres componentes del título de la obra: “la Mentira”, por sus implicaciones hasta la actualidad.
El inmenso pensador Baruch Espinoza (1632-1677) señala entre sus principales recomendaciones para el sano (y racional) actuar de las personas en lo individual -también aplicable a los grupos y, por ende, a las naciones-, de que una persona o una sociedad “no es libre si no hasta que llega a comprender qué es lo que la esclaviza”.
Para efectos del caso Guatemala y en el contexto del libro “Mentiras, Fuego y Sangre”, no es difícil comprender cómo el temor no confesado abiertamente pero latente en el subconsciente de muchísimos guatemaltecos es un temor sembrado a raíz de una mentira profesionalmente urdida -así como se explica en la obra y como es ampliamente reconocido en un mundo en el cual ese “affaire” (¿) ya fue “desclasificado”- aunque no a nivel del subconsciente colectivo, en donde aún habita.
No es necesario volver a la descripción de cómo se construyó la mentira principal consistente en convencer (a todo mundo) de que los gobiernos de la revolución guatemalteca -contra toda razón y argumentos- eran comunistas y merecían ir a la hoguera y que cualquiera que ayudara a deshacerse de ellos era un auténtico héroe y peón salvador de la cultura occidental y sus valores…
Carl-Gustav Jung, el eminente médico psicólogo y psiquiatra suizo (1875-1961), dedicó interesantes estudios a la psicología del “hombre masa” -entendiéndolo como víctima y consecuente producto de los “ismos”- y maneja importantes conceptos para describirlo y explicarlo. Parafraseando algunos de ellos:
Señala Jung la importancia del efecto de ideas inculcadas en ellos (los “hombres masa”) y fijadas en sus subconscientes, que operan en sus conciencias programando la creencia que ellos le deben algo a los demás… y que (cuando se trata de amplios grupos) puede o debe ser entendido como el “destino manifiesto” de todos los que comparten ese “sentimiento-motor” aunque no logren explicarlo de manera racional ni para ellos ni para otros si no que, más bien, como “acto de fe” que otorga “licencia para proceder”…
“Al buen entendedor, pocas palabras”, reza el dicho. En Guatemala seguimos respirando los gases que emanan de la mentira sembrada y que, para muchos, no es asunto sujeto de discusión; fundamentalmente, porque sería ceder y aceptar algo que es, objetivamente, muy triste y denigrante: reconocer que sus ancestros actuaron sin cuestionarse las cosas. Exactamente el mismo fenómeno ante el cual se ubican hoy en día los europeos, a quienes se les hizo creer que debían jugar el papel de agentes de contención del comunismo y de las hordas rusas amenazantes de la cultura Occidental; algo totalmente irreal en nuestros días pero que no impide que la dirigencia política actual crea que su sino es “armarse” para tener capacidad bélica en un tipo de confrontación imaginada y nunca razonada o descrita al público…