Entre los trabajos que durante su larga existencia realizó Erich Fromm en distintos puntos del planeta, destaca sin duda el de volver a conciliar y poner en comunión la psicología con la filosofía. Porque fundamentalmente él cree que todo conflicto psicológico es (en su raíz) un conflicto moral y la moral pertenece al campo de la ética y la ética es filosofía.
Fromm cree que al intentar poner las bases teóricas (ética) de una moral práctica (hechos humanos) no puede dejar de conocerse y penetrarse hasta lo más hondo a quien todo ello va a estar dirigido: el hombre. Y la única suerte de adentrarse verdaderamente en él nos lo ofrece la psicología en general y el psicoanálisis en particular. Con ello da un vuelco tanto al enfoque de la ética tradicional (puesto que ésta diseñaba normas de conducta sin conocer el corazón del hombre) y también al psicoanálisis que los ortodoxos seguidores de Freud quisieron mantener incontaminado y siempre como actividad en sí, utilizando sus propios recursos y metodología en un camino tan recto que en la práctica se volvió inflexible.
En estricto sentido Fromm no podía llamarse un psicoanalista (por ejemplo en el contexto de la Asociación Psicoanalítica que presidió alguna vez la princesa Bonaparte en Francia) y que entró en enconadas y reñidas luchas con Lacan. Pero sí que es psicoanalista en cambio (en un sentido más flexible) porque Fromm acepta que la única fenomenología y modalidad para conocer un poco –casi nada o mucho– el yo de los otros y nuestro propio yo, es el psicoanálisis cuya actividad fundamental reside en la entrevista individual (de muchas horas y años) durante los cuales son reconocidos lentamente los sueños, los actos fallidos, las resistencias, la literatura catártica (como mi libro “Cuentos psicoeróticos”) y otras formas de comunicarse de nuestro inconsciente.