Eduardo Blandón

La transición que se avecina, el relevo de gobierno, es solo aparente y no se trata sino de cambio de personajes que sustituye a otros. De fondo, nada. Ideológicamente hay una continuidad que nos lleva por la senda de lo mismo. Incapaces como estamos, carentes de ideas, nos enganchamos al horizonte que transitan las grandes potencias y por ello bailamos la música que nos tocan.

Esa es la razón por la que un cambio de presidente en el Congreso de la República, por ejemplo, es insulso. Qué más da que repita el mediocre de Rabbé u otro impresentable cuando el resultado es y será el mismo. El inmovilismo es la ley porque sus protagonistas no solo carecen de imaginación política, sino por la falta de voluntad al atender intereses personales.

Es cierto que no hay que perder las esperanzas y que ser ave de mal agüero no es agradable, pero lo que se ve no soporta las utopías. Sin proyectos, la anemia de nuestros políticos y la malicia de sus corazones, estamos perdidos. Carecemos de líderes con visión, actores creativos y con voluntad de bien para que haya transformaciones claves que motiven los cambios que se necesitan.

Por ello, el cambio de estafeta no entusiasma. La salida del anciano amargado y la llegada del pastor conservador, es casi una tomadura de pelo. Y lo iremos constatando con el transcurrir de los días. No hay visos de sorpresas ni de intervención celeste. Más bien, hay una simpatía peligrosa hacia el mundo castrense por parte del próximo Presidente que hace que a muchos se nos paren los pelos.

Guatemala necesita un milagro y por lo visto su llegada no será próxima. Esperemos que las circunstancias políticas externas por lo menos nos lleven por un camino que no nos siga hundiendo en la miseria y la satrapía de nuestros gobernantes. Ojalá.

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