El fenómeno económico de la privatización ilegal es real en las calles del país; al igual que, como lo han hecho los funcionarios y empleados de Gobiernos anteriores y municipales durante muchísimos años hueveándose el erario, hay personas que creen, se comportan, abusan, amenazan y hasta llegan a la violencia al ejercer el derecho que como habitantes del territorio nacional tienen, al utilizar los bienes de dominio público.

Los bienes del dominio del poder público pertenecen al Estado o a los municipios y se dividen en bienes de uso público común y de uso especial (artículo cuatrocientos cincuenta y ocho del Código Civil) así mismo, LOS BIENES NACIONALES DE USO COMÚN SON: PRIMERO: Las calles, parques, plazas, caminos y puentes que no sean de propiedad privada; SEGUNDO: Los puertos, muelles, embarcaderos, pontones y demás obras de aprovechamiento general, construidos o adquiridos por el Estado o las municipalidades.

TERCERO: Las aguas de la zona marítima territorial en la extensión y términos que fije la ley respectiva; los lagos y ríos navegables y flotables y sus riberas; los ríos vertientes y arroyos que sirven de límite territorial nacional; las caídas y nacimientos de agua de aprovechamiento industrial, en la forma que establece la ley de la materia; y las aguas no aprovechadas por particulares; y CUARTO: La zona marítima-terrestre de la república, la plataforma continental, el espacio aéreo y la estratósfera en la extensión y forma que determina la ley (artículo cuatrocientos cincuenta y ocho del Código Civil.)

En relación a las calles de las ciudades, existe una objetiva privatización por parte de los “cuidadores de carros”, quienes en franca multiplicación ahora se sienten amos y señores que instauraron sus feudos (áreas o espacio que controlan), los cuales alquilan por día o por semana y son literalmente los verdaderos dueños de las calles con su mercado de clientes cautivo.

Dependiendo de la zona, día, hora, colonia o adyacencia a edificios públicos, así será el cobro que el “usuario” debe pagar para estacionar su vehículo en la calle o dentro de instituciones educativas, con tarifas que van desde los cinco a los cincuenta quetzales y agreden física o verbalmente a quien no pague el “derecho a estacionamiento” que creen poseer.

Otros se roban el espacio público, aunque no “cobran” ni hacen negocio, pero las toman como suyas; instalando candados, botes con cemento, bancos, blocks, latas y cualquier objeto que indique de forma clara, contundente y sin equívocos espacio “no es de uso común”, que está reservado para uso privilegiado frente a sus residencias, negocios, iglesias, colegios, casas de comprensión y cariño, talleres mecánicos, comedores y otros lugares, por lo tanto, el mensaje subliminal es: “prohibido estacionar aquí”.

Los cuidadores pinchan llantas, quiebran vidrios, rayan la pintura y defienden con miopes argumentos su presunto derecho. ¿Qué hace la autoridad al respecto? La respuesta es: NADA. Cualquier persona pone objetos que le sirvan para “apartar” espacios, y no hay autoridad alguna que llegue a removerlos.

Urge recobrar los espacios públicos, educar a quienes en su infinita ignorancia creen que su propiedad se extiende desde su casa hasta la mitad de la calle y al resto de abusivos mencionados.

Es cierto que la necesidad los hace “trabajar” en esa forma para ganarse el pan diario, pero, también es cierto que, las autoridades municipales y del gobierno central deberían garantizar que ningún hijo de vecino coaccione de manera flagrante, abusiva y extorsionadora a quienes necesitan estacionar su vehículo en cualquiera de las calles o avenidas donde es permitido.

Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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